Por José Antonio Artusi
El Domingo 31 de Octubre se
celebró el Día Mundial de las Ciudades, iniciativa de ONU Hábitat que tiene
como objetivo promover el interés de la comunidad internacional en la
urbanización sostenible, e impulsar la cooperación para abordar sus desafíos.
Un buen momento para pensar en las ciudades que tenemos, las ciudades que
queremos, y cómo reducir la brecha entre
nuestra realidad y nuestros objetivos. En 2015 los países de Naciones Unidas adoptaron
un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el
planeta y asegurar la prosperidad como parte de una nueva agenda de desarrollo.
Cada objetivo tiene metas específicas para el 2030. Los Objetivos de Desarrollo
Sostenible son 17, y el 11 consiste en “lograr que las ciudades sean más
inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”. Veamos sólo la primer meta, y
reflexionemos acerca de la posibilidad de cumplirla en la Argentina: “De aquí a
2030, asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos
adecuados, seguros y asequibles y mejorar los barrios marginales”.
Tenemos un enorme déficit
habitacional. En 2016 se estimó en 3,8 millones de hogares (1,6 cuantitativo y
2,2 cualitativo). Ese mismo año el Registro Nacional de Barrios Populares
relevó más de 4.400 villas y asentamientos informales. Se trata de millones de conciudadanos
privados del acceso a una vivienda adecuada. La pandemia puso de relieve este
drama y lo acentuó aún más. La consigna "quedate en casa" pudo resultar
más o menos aburrida y cansadora para los que tenemos una vivienda confortable
y bien localizada, pero pudo a la vez ser una verdadera pesadilla para quienes
viven hacinados en espacios carentes de los más mínimos atributos que debería
tener una vivienda que merezca ese nombre. Los déficits habitacionales de los
sectores más vulnerables de nuestra sociedad constituyen uno de los eslabones
del círculo vicioso de la reproducción del hábitat de la pobreza, e interactúan
con los demás componentes de ese ciclo, reforzándose mutuamente, para
configurar condiciones que tienden a dificultar cada vez más la posibilidad de
salir de esa situación e iniciar un camino de movilidad social ascendente. La
pandemia y las ineficientes medidas del gobierno para enfrentarla agudizaron
todavía más la pobreza, como lo acaba de mostrar crudamente el INDEC. Pero el
déficit habitacional no afecta sólo a los más pobres, también golpea a amplias
franjas de la clase media, sobre todo a los jóvenes, que muchas veces no
encuentran ni en el mercado ni en el Estado la posibilidad de acceder a su
primera vivienda. Es imposible revertir ese déficit haciendo más o menos lo que
venimos haciendo desde hace décadas. Es imperioso cambiar de manera
estructural, poniendo en marcha políticas ambiciosas pero factibles, que
articulen de la manera más eficaz posible los recursos ociosos que tenemos.
Algunos datos para dimensionar
las respuestas al problema: la cantidad de viviendas terminadas por los
institutos provinciales de vivienda (sumando las del programa FONAVI y las de
los “programas federales”) viene decreciendo desde la década del 90, y en la
última década se terminaron menos viviendas que en la del 80. Al déficit
habitacional lo medimos en millones, y a las respuestas para solucionarlo en
decenas de miles. Y las perspectivas para el 2022 no parecen las mejores. Un
reciente informe de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia señala
que “la reducción presupuestaria destinada a revertir el grave déficit
habitacional en barrios populares, las sub-ejecuciones del año en curso y los
cambios de estrategia en términos de abordaje, suponen una regresión en la
agenda vinculada a garantizar un hábitat digno para las poblaciones más
vulnerabilizadas”. La meta 1 del ODS 11 parece difícil de lograr, aunque no es imposible.
Se requiere un diagnóstico adecuado, voluntad política concertada, y
estrategias coherentes aplicadas con continuidad en el tiempo. Cómo? Será tema
de un próximo artículo.
Publicado en el diario La Calle el día Sábado 6 de Noviembre de 2021.-
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