lunes, 25 de noviembre de 2024

CELESTINO MARCÓ

Por José Antonio Artusi

Irineo Celestino Marcó Laurencena nació en Gualeguay el 25 de mayo de 1863 y murió en Buenos Aires el 18 de mayo de 1940. Canalizó su vocación política desde joven en la Unión Cívica Radical, partido en el que ejerció numerosas responsabilidades: miembro de la Junta de Gobierno, delegado al comité nacional y a la convención nacional, varias veces presidente del Comité Departamental de Gualeguay, etc.  

El 22 de marzo de 1914 fue electo diputado nacional junto a sus correligionarios Leopoldo Melo, Miguel María Laurencena (que renunciaría el 23 de septiembre de ese año para asumir como gobernador) y Emilio Mihura; y dos candidatos del conservador Partido Provincial. En esa ocasión la UCR obtuvo 25947 votos (el 47,42%) y el Partido Provincial 21.339 (el 39%), mientras que en el tercer lugar se ubicó una lista de candidatos “carbosistas” que no consagró candidatos, con el 12.09%. Recordemos que el sistema electoral vigente en ese momento establecía la representación de las minorías, asignándoles un tercio de las candidaturas, y dos tercios a la lista ganadora; sin la proporcionalidad que otorga el actual sistema D´Hont. En la Cámara de Diputados de la Nación ocupó la vicepresidencia segunda y la vicepresidencia primera.

En las elecciones del 3 de marzo de 1918 Celestino Marcó fue reelecto, pero renunció el 23 de septiembre de ese año, dado que había sido electo gobernador, para suceder a Laurencena. La banca que dejó vacante fue ocupada por el uruguayense Alberto Carosini, electo en un comicio especial el 16 de marzo de 1919. En esa elección nacional el radicalismo quedó segundo como producto de una escisión de las tantas que tendría a lo largo de su historia. En efecto, en esa ocasión el triunfo correspondió a la lista conservadora denominada Concentración Popular, que obtuvo el 46,19% y consagró como diputado nacional, entre otros, al uruguayense Lucilo B. López. En segundo lugar quedó la UCR, con el 44,52%, mientras que el tercero correspondió a la “UCR Disidente”, que consiguió el 8,94% de los votos. También se presentó en esa oportunidad el Partido Socialista, que no alcanzó el 1% de los sufragios.               

Es interesante constatar la capacidad de recuperación electoral que tuvo el radicalismo ese año. Luego de perder una elección nacional en marzo por presentarse dividido, evidentemente la mala experiencia hizo recapacitar a sus dirigentes; y el 2 de junio, sólo tres meses después de esa derrota, logró la victoria con la candidatura de Celestino Marcó a gobernador y Emilio Mihura a vicegobernador. La UCR, ya unificada, obtuvo el 51,44%, mientras que la Concentración Popular, con Lorenzo Anadón como candidato a gobernador, logró el 48,56%, incluso con más votos que los que había conseguido en marzo y que le habían permitido alzarse con la victoria. Lo parejo de esa elección quedó evidenciado en que los electores conservadores se impusieron en siete departamentos y los electores radicales en los siete restantes, en una división geográfica bastante interesante que dividió a la provincia prácticamente en dos, un norte conservador y un sur radical. En la elección de senadores, empero, el radicalismo consagró ocho y la Concentración Popular seis.

Celestino Marcó asumió el cargo de gobernador el 1º de octubre de 1918 y lo ejerció hasta idéntica fecha de 1922. Lo acompañaron en su gestión como ministros Luis Lorenzo Etchevehere (ministro general y de Gobierno), Ricardo Poitevin (ministro de Gobierno y luego de Hacienda), y Eduardo Laurencena (ministro de Hacienda).       

Enrique Pereira asevera que “fue el suyo un gobierno progresista, estableciéndose normas de transformación social tales como leyes de jubilaciones y pensiones, de protección al trabajo…, organización del archivo y registro de la propiedad, mejoramiento de la legislación electoral, creación de la sección Arquitectura en Obras Públicas… obligatoriedad del cuarto oscuro en las elecciones municipales, obligatoriedad de publicar íntegramente las leyes provinciales”, etc.”.   

Manuel Macchi y Alberto Masramón recuerdan que durante su gestión “quedó habilitado el nuevo puerto de Concepción del Uruguay, se inauguró la Facultad de Ciencias Económicas y de Educación de Paraná (de efímera vida) y se inauguró el servicio de tranvías eléctricos en dicha ciudad”.   

Beatriz Bosch destaca que durante su período “disminuyen las dificultades financieras. Resurgen la ganadería y la industria harinera. Aumenta el número de sociedades rurales y de cooperativas agrícolas, alcanzando la provincia el primer puesto en el país en este último renglón. Se crean bancos agrícolas regionales. Funcionan consorcios camineros y una escuela de agricultura en Villaguay. Se traza el primer camino abovedado: el de Paraná a Crespo. Disminuye la entrada de inmigrantes”.   

Tras dejar la gobernación, que quedó en manos de Ramón Mihura, fue designado por el presidente Alvear como ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, cargo que desempeñó entre el 12 de octubre de 1922 y el 19 de octubre de 1923. Fue reemplazado por Antonio Sagarna, otro radical entrerriano. Posteriormente Celestino Marcó ocupó la vicepresidencia del Banco de la Nación.   

Autores como Filiberto Reula ubican a Celestino Marcó en el campo del antipersonalismo, enfrentado a Yrigoyen; sin embargo Enrique Pereira brinda datos poco difundidos que ponen en tela de juicio esa interpretación, y deja entrever que el error puede deberse a una confusión con el uruguayense Cipriano Marcó. Efectivamente, el 6 de octubre de 1931 Celestino Marcó fue proclamado candidato a gobernador por la Convención Provincial de la UCR (fiel al Comité Nacional del partido y enfrentada la UCR antipersonalista entrerriana que llevó como candidato a Luis Lorenzo Etchevehere). De todos modos, la fórmula que integró, acompañado por Juan Carlos Rivero como candidato a vicegobernador no llegó a presentarse debido a la abstención declarada por las autoridades nacionales del radicalismo ante la proscripción de la fórmula Alvear – Güemes.     

Celestino Marcó fue abogado e integró la Academia Nacional de Ciencias Económicas.

 

Fuentes:

Bosch, Beatriz. Historia de Entre Ríos. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1978.

Macchi, Manuel, y Alberto Masramón. Entre Ríos. Síntesis histórica. Concepción del Uruguay: Sacha, 1977.

Pereira, Enrique. Diccionario biográfico Nacional de la Unión Cívica Radical . Buenos Aires: Ediciones IML, 2012.

 

Publicado en el diario La Calle el 24 de noviembre de 2024.- 

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lunes, 18 de noviembre de 2024

ALEJANDRO CARBÓ



Alejandro Carbó Ortiz nació en Paraná el 16 de abril de 1862 y murió en Córdoba el 1º de julio de 1930. Se destacó como docente y legislador. Tres de sus hermanos también tuvieron una relevante trayectoria política, entre ellos Enrique, que llegó a ser senador nacional entre 1895 y 1903, gobernador de Entre Ríos entre 1903 y 1907, y ministro de Hacienda de la Nación entre 1914 y 1915.

Cursó estudios primarios en el Colegio Sudamericano y secundarios en la Escuela Normal de Paraná, en la que tuvo como docentes a maestras norteamericanas contratadas por Sarmiento y a José María Torres, por ese entonces el director de la institución. Egresó como profesor en 1879 e inmediatamente comenzó a trabajar allí como docente, llegando a ser secretario, vicedirector y director de la escuela, con sólo 27 años.  Su interés por la promoción de la educación quedó evidenciado en 1880 cuando fundó la primera escuela nocturna gratuita para adultos. Su gestión al frente de la primera escuela normal del país, entre 1889 y 1892, es calificada por Beatriz Bosch como “la época más brillante de la Escuela”. A raíz de un informe de un inspector que consideró injusto, y ante la falta de respuesta de las autoridades nacionales, renunció al cargo de manera indeclinable. Entre 1886 y 1898 integró el Consejo General de Educación, presidiéndolo desde 1896. Durante su gestión, entre otras medidas, implantó el censo escolar y la utilización de estadísticas.

Tras afiliarse al Partido Autonomista Nacional fue electo diputado provincial en 1894 y senador por Nogoyá en 1896. En 1898 accedió a una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, responsabilidad que ejercerá 16 años, entre 1898 y 1910 y luego entre 1912 y 1916. Presidió la Cámara en los períodos 1906/1907 y 1915/1916.

Las elecciones antes de la ley Sáenz Peña en 1912 distaban de ser competitivas y limpias, y los expedientes registran los nombres de los candidatos, pero sin especificar partidos. Para dimensionar la cuestión es útil observar lo siguiente: En 1898 Alejandro Carbó obtuvo 11.453 sufragios, y le siguió Emerio Tenreyro con sólo 2. En 1902 la desproporción se mantuvo, 8866 contra 2 de Rodolfo Núñez, y en 1906, 8765 votos contra 35 de Núñez nuevamente. Curiosamente, en 1910 la tendencia se revierte y Alejandro Carbó logró sólo 35 votos y no pudo renovar su mandato. En 1912, ya con la vigencia de la reforma electoral que instauró la ley Sáenz Peña, el panorama cambió sustancialmente. El Partido Conservador consagró diputados a Carbó y a Eduardo Sobral con 24.058 votos, el 53,01%, mientras que el radicalismo, que participó por primera vez de manera orgánica con la candidatura de Miguel Laurencena, recibió 21.326 votos, el 46,99%, y logró la representación de la minoría. Obsérvese el aumento significativo de la concurrencia al comicio, 45.384 electores en 1912 (71,83% del padrón) contra menos de 15.000 sólo dos años antes.       

En 1903 Alejandro Carbó integró la convención que reformó la constitución entrerriana, que regía desde 1883. Beatriz Bosch considera que “si bien la reforma trajo un retroceso en el régimen municipal, pues eliminó la elección popular de los intendentes, mantuvo empero las líneas esenciales del anterior instrumento jurídico”; y enfatiza que Carbó “aboga por evitar el fraude electoral y por la representación de las minorías en los cuerpos legislativos, la que logra imponer”.     

En 1910, tras su tercer mandato como diputado nacional, ingresó al cuerpo docente de la Universidad Nacional de La Plata, que lo distinguió posteriormente con el doctorado honoris causa.        

Recurrimos nuevamente a Beatriz Bosch para contextualizar su candidatura a gobernador en 1914: “a partir de 1905 el Partido Autonomista Nacional sufre varias escisiones en Entre Ríos. Hemos visto como Alejandro Carbó ha venido alejándose del conservadorismo cerrado, ya que simpatiza con la idea del voto secreto y bregó por la representación de las minorías hasta imponerla en la provincia en 1903. A principios de 1912 un grupo de diputados y senadores invita a formar un nuevo partido. Surge así el 10 de marzo la Unión Provincial”. Dicho partido postuló a Carbó como candidato a gobernador, acompañado por Cipriano de Urquiza. El 7 de junio de 1914 la UCR obtuvo 24.974 votos (51,86%) y 42 electores, mientras que la Unión Provincial consiguió 23.192 sufragios (48,14%) y 12 electores. Recordemos que la elección era indirecta; los ciudadanos votaban electores que elegían al gobernador y al vicegobernador. Se produjo de esa manera el triunfo de la fórmula integrada por Miguel María Laurencena y Luis Lorenzo Etchevehere.  Sobre esa elección Enrique Pereira refiere que “se intentó el fraude, para favorecer a Carbó. Sin embargo, la firme actitud de un diputado conservador, don Francisco V. Martínez, presidente de la Comisión de Escrutinio, repudiando la maniobra, puso las cosas en su lugar y se reconoció el legítimo triunfo de la Unión Cívica Radical”.  Sobre este episodio Celomar Argachá resalta el rol que le tocó desempeñar a Juan José de Urquiza y Costa, uno de los hijos del primer presidente constitucional de la República Argentina, cuya participación en política fue “tardía pero muy destacada”. Juan José de Urquiza, al igual que su hermano Cipriano, tuvo un breve paso por el radicalismo y en 1914 era senador. Celomar Argachá refiere que “el oficialismo puso en duda el triunfo del radicalismo argumentando que en numerosas mesas e incluso en algunos departamentos había numerosos errores con resultados distintos a los que habían informado las autoridades comiciales… La Asamblea Legislativa, compuesta por ambas cámaras reunidas al efecto, debió votar… y fue el voto de Juan José de Urquiza y Costa en favor del dictamen de la mayoría el que resolvió tan ajustada decisión. Esa victoria significó la adjudicación de muchos más electores al radicalismo que al oficialismo”. Celomar Argachá cita las propias palabras del senador Urquiza al fundamentar su decisión: “Soy un verdadero representante del pueblo, he sido elegido por uno de los departamentos que más han luchado contra los malos gobiernos y tengo derecho a que el pueblo me diga lo que voy a decir: no me importan los partidos pero me importa, sí, salvar la honestidad política, salvar a Entre Ríos de una vergüenza nacional”. Enfatiza el mencionado autor que “debemos destacar otro hecho que quizás pasa inadvertido para muchos y es que la otra fórmula, la del oficialismo gubernativo, estaba conformado por el profesor Alejandro Carbó y Cipriano José de Urquiza y Costa, su propio hermano, sin embargo resolvió hacerlo por el dictamen de la mayoría que favoreció a Laurencena y Etchevehere, hecho que eleva y engrandece aún más semejante decisión”.               

En 1916 Carbó acompañó a Lisandro de la Torre como candidato a vicepresidente, por el Partido Demócrata Progresista, en la elección en la que se impuso Hipólito Yrigoyen, con Pelagio Luna como vicepresidente. Es interesante destacar que en Entre Ríos esa elección se polarizó entre la UCR y el PDP, ante la ausencia de una lista conservadora “pura”, seguramente por influencia de Carbó. La UCR obtuvo el 54,18% y consagró 15 electores, mientras que el PDP logró el 44,52% y 7 electores, quienes, sin embargo, en el colegio electoral votaron por los candidatos conservadores, Angel Dolores Rojas y Juan Eugenio Serú.

Posteriormente su comprovinciano Antonio Sagarna, ministro de Justicia e Instrucción pública del presidente Alvear, lo designó director de la Escuela Normal de Córdoba, cargo que ejerció hasta su muerte. Dicha institución lleva su nombre. La fachada del edificio tiene un notable parecido con la de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay, ambos magníficos exponentes de la arquitectura escolar de inspiración sarmientina de fines del siglo XIX y principios del XX. La diferencia radica en que en la fachada del edificio cordobés la planta alta abarca todo su ancho, hasta la esquina, mientras que en la del uruguayense está limitada al núcleo central.  

Beatriz Bosch opina de Alejandro Carbó que “si bien, por la contemporaneidad y los vínculos familiares, provenía de ese “régimen” tan denostado por Hipólito Yrigoyen, se aleja paulatinamente del mismo movido por un genuino y sincero afán democrático”, y recalca que “aunque más de una vez proclamara en alto su afiliación política, hubo de oponerse frontalmente a ministros de idéntico origen partidario en demanda de una estricta observancia de normas constitucionales hasta elevar el tono ante el mismo presidente de la República, a favor de los fueros del Congreso y de los derechos de las provincias”.

Podríamos caracterizar a Alejandro Carbó como un conservador liberal, o como un liberal conservador, pero en todo caso progresista, heredero de las mejores tradiciones de la generación del 80 y también de sus limitaciones. Lamentablemente el conservadorismo iría progresivamente abandonando su veta liberal y republicana, y luego de su muerte va a oscilar cada vez más entre derivas reaccionarias, corporativas e integristas afines a los fascismos europeos y la degradación fraudulenta de los gobiernos de la década del 30, para dejar de ser una alternativa como tal a partir del peronismo, en el que van a encontrar un canal de participación política muchos de sus dirigentes. Quizás eso explica que la figura de Alejandro Carbó sea hoy prácticamente desconocida y no sea reivindicada por ningún partido político. Su retrato no está en ningún local partidario.

  

Fuentes:

Argachá , Celomar José. «Hijos del general Urquiza, ¿ afiliados al radicalismo ?» Apuntes uruguayenses, revista del Centro Cultural Justo José de Urquiza, 2019.

Bosch, Beatriz. "Prólogo." En Alejandro Carbó, educador y parlamentario . Buenos Aires: Círculo de legisladores de la Nación Argentina , 1999.

Expedientes de la Cámara de Diputados de la Nación.

Pereira , Enrique. Mil nombre del radicalismo entrerriano. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 1992.

 

 

Versión ampliada y corregida del artículo publicado por el diario La Calle el 17 de noviembre de 2014.

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domingo, 10 de noviembre de 2024

MIGUEL MARÍA LAURENCENA

Por José Antonio Artusi

Miguel María Laurencena nació en Buenos Aires el 27 de febrero de 1851 y murió en Gualeguay el 3 de febrero de 1928. Se lo conoce sobre todo por haber sido el primer gobernador de Entre Ríos surgido del radicalismo, pero en realidad buena parte de su carrera política transcurrió en el siglo XIX, antes de su fundación.

Se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires y en 1877 obtuvo el doctorado en Jurisprudencia con una tesis en la que abogó contra la pena de muerte. A los treinta años fue electo intendente de Gualeguay, cargo que desempeñó entre 1881 y 1882.  En 1883 fue electo diputado provincial pero no asumió dado que el gobernador Racedo lo designó ministro de Gobierno. Durante su gestión se sancionó la ley de libertad de imprenta y se llevó adelante el conflictivo proceso del traslado de la capital provincial desde Concepción del Uruguay a Paraná. Renunció en 1885 para abocarse a una gestión en Londres que le encomendó Racedo, tendiente a concretar un empréstito dirigido a la construcción de un ramal ferroviario que uniría la capital histórica con la nueva.

En 1886 accedió a una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, que ocuparía hasta 1990. En la elección del 7 de febrero de 1886 también fue reelecto Onésimo Leguizamón, que fallecería poco después, el 21 de agosto de ese año. Laurencena se presentó nuevamente como candidato a diputado nacional en 1992, esta vez sin lograr su propósito. Posteriormente sería electo diputado nacional en tres ocasiones, ya por la UCR; en 1912, en 1914 (pero renunciaría para asumir como gobernador), y en 1919, ejerciendo su mandato hasta 1922. En la elección de 1912 se impuso el Partido Conservador, con el 53.01% de los sufragios, y el segundo lugar correspondió a la UCR, con el 46,99%. En los comicios de 1914 se invirtió el resultado, el radicalismo se impuso con el 47,42% y el conservador Partido Provincial obtuvo el 39%. Es muy probable que el triunfo radical se deba a la división del electorado conservador, ya que en esa oportunidad también participó una lista de candidatos “carbosistas”, que fue votada por el 12,09%. Tras su renuncia, Laurencena sería reemplazado por Martín Reibel, electo en una elección especial el 14 de noviembre de 1914. En 1919, tras culminar su mandato como gobernador, fue electo nuevamente diputado nacional en comicios especiales para reemplazar a Lucilo B. López, quien falleció el 31 de agosto de 1918.  

El periodismo fue una de las grandes pasiones de Miguel María Laurencena. Durante el siglo XIX fue redactor del periódico porteño El Argentino, creó en Paraná un diario de idéntica denominación y el periódico La Lucha, y fue uno de los fundadores de El Diario de Paraná en 1914.

En Buenos Aires conoció a Leandro Alem y se enroló a partir de su fundación en 1891 en la Unión Cívica Radical. Participó en los levantamientos radicales de 1893, 1898 y 1905, siendo en esa ocasión detenido y encarcelado. El 11 de agosto de 1891 participó en representación de Paraná en la convención que se realizó en Concepción del Uruguay y puede considerarse el hito fundacional del radicalismo entrerriano, y fue uno de los delegados electos para representar a la provincia en la Convención Nacional. A partir de ese momento desempeñaría numerosas responsabilidades en la conducción partidaria.      

En 1914 logró ser electo gobernador, acompañado por Luis Lorenzo Etchevehere como candidato a vicegobernador, derrotando por escaso margen al candidato conservador Alejandro Carbó. Los electores de la UCR recibieron el 51,86% de los sufragios, y los de la Unión Popular el 48,14%.

La gestión de gobierno de Laurencena estuvo condicionada por la crisis económica causada por la primera guerra mundial, por conflictos entre el Ejecutivo y la Legislatura que derivaron en la intervención federal por parte del presidente Yrigoyen, y por una severa sequía que afectó a la producción agropecuaria en 1916 y 1917. Laurencena intentó sin éxito reformar la Constitución provincial, logro que recién llegaría en 1933 de la mano de quien había sido su vicegobernador, Luis Lorenzo Etchevehere. Lo secundaron en su gestión Antonio Sagarna como ministro de Gobierno y Luis Jaureguiberry como ministro de Hacienda. El gobierno de Laurencena mantuvo duras controversias con el obispo de Paraná, Abel Bazán y Bustos, que se reflejaron en los medios de la época. Beatriz Bosch refiere que “ruidosa controversia ideológica entablan profesores de la Escuela Normal de Paraná con dicho obispo en 1917”.

En 1922 Laurencena decidió, disconforme con la decisión del radicalismo entrerriano de apoyar la candidatura de Alvear siguiendo las indicaciones de Hipólito Yrigoyen, encabezar una fórmula presidencial en la que estuvo acompañado por Carlos Francisco Melo como candidato a vicepresidente. Este dato, poco recordado, es útil para evidenciar la falta de identidad entre términos que se suelen presentar como equivalentes, tales como “alvearismo” y “antipersonalismo”, en referencia a los opositores a Yrigoyen dentro del radicalismo. Laurencena obtuvo sólo el 3,49% en su propia provincia, con la UCR Intransigente, pero logró imponerse en Mendoza, San Juan y Tucumán, gracias al apoyo del lencinismo, el bloquismo, y una fracción mayoritaria del radicalismo tucumano. A nivel nacional logró el apoyo del 7,08%, que le permitió consagrar 33 electores.  El presidente Alvear – el revanchismo no formaba parte de sus prácticas políticas – designó a Laurencena ministro de la Suprema Corte de Justicia, cargo que ocupaba al momento de su muerte.     

Merecería un estudio que trasciende este artículo la consideración del supuesto jordanismo de Laurencena, sobre el que diversos autores han esgrimido posiciones un tanto contrapuestas. Enrique Pereira, por ejemplo, lo caracteriza como “de claro cuño jordanista”. Mientras que Celomar Argachá brinda abundante información que al menos lo relativiza.

 

Fuentes:

Argachá, Celomar José. 1998. Origen y fundación de la Unión Cívica Radical en Entre Ríos. Editorial La Causa.

Bosch, Beatriz. 1978. Historia de Entre Ríos. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra.

Pereira , Enrique. 1992. Mil nombre del radicalismo entrerriano. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral.

 

 

Publicado en el diario La Calle el 10 de noviembre de 2024.-

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lunes, 4 de noviembre de 2024

JUAN JOSÉ SEBRELI

Por José Antonio Artusi

Juan José Sebreli nació en Buenos Aires el 3 de noviembre de 1930 y murió en su ciudad natal el 1º de noviembre de 2024.

Me enteré de la noticia de su muerte por un twit de Silvia Mercado (sí Elon, le seguimos diciendo Twitter): “Se murió anoche Juan José Sebreli, amigos, el más grande luchador de la libertad en contra de la corriente. Ya no tomará sus clásicos cafecitos que últimamente eran en La Biela. Tristeza infinita. Chau Juan José. Gracias por todo el aire que nos brindaste para animarnos a pensar distinto, siempre”. Yo, que no tuve la fortuna de conocerlo personalmente, atiné a escribir: “… No lo conocí sino a través de sus libros, pero lo voy a extrañar. Coincidiendo o no, nos enseñó mucho y nos alentó a tener pensamiento crítico. Nos quedan sus libros. Sobre todo, para mí, “El asedio a la modernidad”.

Rogelio Alaniz lo despidió así: “Murió Sebreli. Me sumo a la pena. Desdeñaba el sentimentalismo, pero le guste o no su ausencia duele. Por lo menos a las personas que lo quisimos y lo respetamos. Un modelo de intelectual, un estilo de vivir las ideas y las pasiones de las ideas desaparece con su muerte.”  

El primer libro suyo que leí fue “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación” (1964), durante mi adolescencia en la década del 80, tomado prestado de la gigantesca biblioteca de mi abuelo, José Antonio Rodríguez. Para un joven que quería ingresar a la facultad de arquitectura y urbanismo más por el urbanismo que por la arquitectura y que a su vez comenzaba a interesarse por la política ese texto fue revelador. Recurro a ese viejo ejemplar de hojas amarillentas y encuentro – no lo recordaba - que en algún momento marqué con resaltador algunos párrafos que por alguna razón me llamaron especialmente la atención:

“El cuadro de la estructura económica de la sociedad capitalista en general y de sus contradicciones fundamentales, el papel que las clases juegan en el circuito de la producción, sólo establece las relaciones abstractas y universales y no nos muestran en toda su riqueza concreta el fenómeno singular, la particularidad histórica que constituye la vida cotidiana de una ciudad”.

“Uno de los modos particulares que definen la peculiaridad de una clase con respecto a otras, es su modo de habitar. Por lo tanto, una interpretación que abarque la totalidad debe, forzosamente, tomar como disciplina auxiliar la sociología urbana, la ecología y aún una sociología de la arquitectura”.

“… la distribución de la población y la planificación urbana no son obra del azar o de la casualidad, sino que están indisolublemente ligadas al sistema económico y a las instituciones políticas y sociales”.    

Luego me encontré, en un momento peculiar como 1983, con “Los deseos imaginarios del peronismo”. Lo busco en mi biblioteca y encuentro que también resalté algunos pasajes:

“Hoy podemos justificarlo o combatirlo, pero no permanecer indiferentes ante él. Es una parte de nuestro destino; está ahí, ineludible y tenemos que develar su enigma para saber lo que somos”.    

“La originalidad del bonapartismo y del fascismo consiste precisamente en ser sistemas reaccionarios con amplio apoyo de masas populares”.

“… la creación de un Estado totalitario implica la sumisión de la Iglesia y del Ejército, y Perón también lo intentó aunque no pudo llegar hasta sus últimas consecuencias, quedando a mitad de camino entre el bonapartismo y el fascismo. Cuando aquellas instituciones – Ejército e Iglesia – lo abandonaron en 1955, a pesar de seguir contando con el apoyo de la CGT, se retiró sin lucha”.

En el prólogo a una edición de esta obra en 2019 el propio Sebreli consideró que “no ha perdido nada de actualidad. Espero que contribuya, a su manera, a la batalla cultural siempre oscilante e inconclusa, entre la democracia republicana y la libertad de los ciudadanos, contra el populismo irracional autoritario que ensombreció el siglo pasado y sobrevive aún hoy en ciertas regiones de América Latina. Asimismo, su fantasma recorre Europa y socava a las democracias más antiguas y sólidas”.      

Más tarde me deleité con la que considero su obra cumbre, “El asedio a la modernidad, crítica del relativismo cultural” (1991).  Tampoco en este caso puede evitar la tentación de resaltar algunas frases:

“Un ejemplo típico de cómo ciertos signos de la identidad cultural musulmana implican la opresión de la mujer lo da el uso del chador… Con respecto al uso del velo puede comprobarse cómo las izquierdas tercermundistas han renunciado a los valores humanistas que caracterizaron a la izquierda clásica, entre ellos la lucha por los derechos individuales y la emancipación de la mujer, subordinándolos al nacionalismo y a la supuesta identidad cultural”.  

“Los ataques a la sociedad industrial, a la educación masiva, a la urbanización, constituyen una forma de ese anticapitalismo romántico que Marx llamara “socialismo feudal”; añoranza por una supuesta armonía perdida que, en rigor, nunca existió”.

“Los nacionalistas personalizan la tierra, la transforman en un sujeto del cual los hombres que la habitan son mero atributo; por eso los derechos individuales son subordinados a la soberanía nacional…”.

En uno de sus últimos artículos, “Porqué soy un liberal de izquierda” (https://seul.ar/liberalismo-de-izquierda/), señaló que “todos estos planteos no son más que la resignificación de las lecturas de John Stuart Mill que, a pesar de haber tenido como fuentes de inspiración a Adam Smith y David Ricardo, a mediados del siglo XIX planteaba ya la exigencia de combinar libertad individual con igualitarismo social… Al fin y al cabo, no hay nada más liberal que escuchar a Juan B. Justo… Por eso, considero que no se le hace ningún favor al liberalismo denostando y demonizando a la socialdemocracia, pues hoy el único liberalismo posible es el que no prescinde ni tiene complejos frente a la igualdad de oportunidades”.

Nos ha dejado un escritor que supo entender que su rol era no casarse con nadie y estar dispuesto a pagar el precio que tienen que pagar los que se animan a nadar contra la corriente.

 

Publicado en el diario La Calle el 3 de noviembre de 2024.-   

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