Por José Antonio Artusi
Se cumplen 212 años de la Revolución de Mayo de 1810, hito fundamental de la historia argentina. Se han hecho y se seguirán haciendo diversas interpretaciones acerca de su significado y sus motivaciones. Hay sobradas razones para caracterizarla como una revolución democrática, republicana, liberal y progresista, que va a terminar gestando un nuevo sentido de la nacionalidad, y cuyos fines últimos fueron traicionados una y otra vez. Por lo tanto, una revolución inconclusa.
Moisés Lebensohn escribió estas líneas en 1951, que
adquieren, quizás por diversas cuestiones, una renovada e inusitada vigencia:
“¿Quisieron los fundadores de la nacionalidad segregarse de España para crear simplemente un país más? Otra es, por fortuna, la magnitud de nuestra revolución. Su grandeza reside en el aliento universal que la posee, en la decisión de confundir en un ideal nacional, el ideal de enaltecer la condición del hombre. En el conflicto milenario que enfrenta al mundo de las cosas, y del poder de la fuerza que le son ajenas, con el mundo moral de los hombres y su ansiedad y angustia de justicia, el pensamiento de Mayo alza las banderas de una vida nueva, en la que resplandece límpida la dignidad del hombre, y despliega un proceso paralelo de emancipación nacional y de emancipación humana. Por eso no se detiene en los confines del país y se lanza hacia otras latitudes para combatir por la misma esperanza. Nadie revela el latido íntimo de la voluntad revolucionaria, con tanto vigor expresivo como San Martín, que proclama la independencia de Chile ante la “confederación del género humano” y define, en Perú, la causa argentina como “la causa del género humano”.
Esta
identificación con una causa, erigida en móvil de la nacionalidad, nos
caracteriza y distingue de los países europeos, que fueron preexistentes a los
ideales que prevalecen en su seno. Un europeo puede contrariarlos, sin dejar de
ser patriota, porque su patrimonio fluye ante todo, de su amor a su tierra
natal… La situación argentina es distinta. Un argentino no puede ser buen
argentino en oposición a las inspiraciones que promovieron nuestra formación
nacional, porque la patria Argentina se constituye precisamente para realizar
la concepción de vida formada en esas inspiraciones. El patriotismo argentino
no es sólo el sentimiento que nos vincula al rincón del mundo en que vimos la
luz primera y nos liga en un haz indestructible a sus tradiciones, recuerdos,
perspectivas y emociones. Es todo eso, pero fundamentalmente a los principios
de justicia y libertad que dieron nacimiento a esta tierra, a las “finalidades
de la Nación”, al decir de Yrigoyen. Antes de esos principios no existía la
Argentina; existía la Colonia. Suprimidlos; suprimiréis el origen y la razón de
ser de nuestra patria. Regresaría el sentido de la vida contra el cual ella
insurgió; es decir, la negación de la Argentina”. (1)
Se podrá aducir que Lebensohn escribió eso en otra
época, en otro contexto, en una peculiar coyuntura que lo condicionaba y
seguramente lo motivaba. Y no faltará la razón a quien lo señale.
De todos modos, siguen siendo palabras útiles para
estimular reflexiones contemporáneas que enriquezcan nuestra comprensión cabal
de la Revolución de Mayo.
Por otro lado, autores contemporáneos pueden
brindarnos nuevas miradas y enfoques, vinculando al proceso político con el
pensamiento económico, y con las motivaciones e intereses que impulsaron a sus
protagonistas a transformar las estructuras sociales del viejo orden colonial. Es
así que el historiador Fabián Harari plantea que “lo que ocurrió en 1810 fue una auténtica revolución burguesa, porque
la burguesía agraria se hizo de todo el poder del estado para impulsar una
serie de transformaciones, fue creando las condiciones para el desarrollo del
capitalismo: derrotó a los contrarrevolucionarios -los monopolistas y los
ejércitos realistas- con métodos violentos, impuso el comercio libre contra el
monopolio, neutralizó las maniobras diplomáticas, terminó con siglos de
transferir riquezas a la metrópoli, ocupó nuevas tierras, impulsó la creación
del trabajo asalariado, entre otras medidas… Con la revolución, se expandió la
producción, la infraestructura, el mercado interno, la mano de obra asalariada
(contra la esclava y otras formas de trabajo precapitalistas), las tierras en
producción, entre otras. Produjo una sociedad desigual (el capitalismo), pero
fue un avance en relación al contexto feudal”. (2)
Aún con matices diferenciales en la interpretación
que hagamos, podemos y debemos seguir reflexionando y debatiendo sobre el glorioso
legado de Mayo, teniendo al menos en claro que sus ideales imperecederos de
libertad, igualdad y fraternidad nos motivan a seguir bregando por su
concreción en nuestra patria.
1. Lebensohn,
Moisés. Pensamiento y acción . Buenos Aires : Fundación Máximo
Mena, 2006.
2. Colazo, Flavio. La Revolución de Mayo, una
revolución burguesa . [En línea] 24 de Mayo de 2019. [Citado el: 18 de Mayo de
2022.]
https://lmdiario.com.ar/contenido/150569/la-revolucion-de-mayo-una-revolucion-burguesa
Publicado en el diario La Calle el dia 22 de mayo de 2022.-
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