Mucho se ha escrito acerca de la
significación histórica de la batalla de Caseros, y de los comandantes que se
enfrentaron en ella.
Oscar Fernando Urquiza Almandoz nos dice que
“… Caseros no fue un fin en sí mismo. Fue tan sólo una etapa. Como antes lo
había sido el Pronunciamiento, como después lo será el Acuerdo de San Nicolás.
El norte, el objetivo final de la revolución de Urquiza contra Rosas fue la
libertad y la Constitución Nacional. El predominio de la finalidad propuesta y
una conducta consagrada al servicio de la causa, hicieron que Urquiza no fuera
un revolucionario más; que no pasara simplemente a integrar esa tradición
luctuosa y triste de América, de hombres levantados en armas con propósitos y
juramentos que glorificaban su rebelión, pero que, en definitiva, caían en el
sensualismo de un gobierno más pernicioso e ilegal que el depuesto. Urquiza no
fue, pues, un apóstata. Tuvo la gloria de cumplir su promesa ante el país,
causa y fin de su revolución contra Rosas, la libertad y la organización
constitucional.”
También es muy ilustrativo tener
en cuenta los conceptos de uno de sus biógrafos, Isidoro Ruiz Moreno, cuando se
refiere a la trascendencia de Urquiza: “Figura extraordinaria, en el cabal
sentido del término como fuera de lo común, fue don Justo Urquiza. Dotado de
fuerte carácter y de claros objetivos, puso ambos factores en acción para el
logro de sus empeños. Pacificó la anárquica Provincia de Entre Ríos primero y
luego organizó a la misma Confederación Argentina, que convertida en república
constitucional, logró unificar definitivamente. Buscó, además, conquistar el
Desierto – lo que anunció como candidato presidencial en 1868 -, plan que hubiese
completado la geografía nacional, pero las etapas del progreso requieren su
tiempo. Cuando se tiene en cuenta lo que era nuestra Argentina en aquellos
años, y se considera la transformación que realizaron los esfuerzos que
condujo, no puede considerarse de otra manera al General Urquiza sino como a
una de las figuras más grandes de la Patria, a despecho de los errores que
cometió, que poco pesan en el balance de su existencia… El tiempo transcurrido
desde entonces permite aquilatar sin pasión los resultados dejados por la
acción del General Urquiza en beneficio de la República Argentina. La gloria
por sus beneficios realizados, inigualados en el país durante el transcurso de
su prolongada actuación – Libertad, Constitución y Unidad Nacional – son de
proyección permanente, a despecho de humanas falencias, lo que permite
consagrarlo como a uno de sus más claros próceres”. Es pertinente también
observar la caracterización que hace el mencionado autor del régimen rosista:
“El Gobernador de Buenos Aires concluía en 1850 otro período de mando (iniciado
en 1835); y firme su poder, sin adversario alguno que lo amenazara, el General
Juan Manuel de Rosas había alcanzado el cenit de su mando. Nada podía
conmoverlo: el sometimiento a su voluntad de toda la Confederación era
absoluto. Comenzó entonces un movimiento tendiente a perpetuarlo sin ningún
tipo de límite, ni de facultades ni de términos, sin renuncias y reelecciones.
La suma del Poder Público con que fuera investido en su Provincia debía
extenderse formalmente a todas las demás… El vasallaje imperante hasta en la
vida cotidiana (vestidos, adornos, colores, celebraciones religiosas,
festivales populares, atalaje de caballos), lo demostraba concluyentemente…
Gozando de la suma del poder público, Juan Manuel de Rosas era el Estado, como
le Roi Soleil otrora. Jueces y legisladores le estaban subordinados, y como
carecía de sucesor – había sido propuesta como tal su hija, lo que no prosperó
– le fue concedida por ley, como se ha visto, la Dictadura vitalicia… Las manifestaciones
que se le dirigían no pecaban por falta de elogios y adjetivos
superlativos.”
Complementando lo anterior, podríamos considerar lo que Luis Alberto Romero escribió sobre el gobierno de Rosas, enfatizando entre otros rasgos la pretensión de unanimidad, la permanente propaganda oficial y oficiosa, el terrorismo de Estado o paraestatal y el culto a la personalidad, rasgos típicos de tantas tiranías a lo largo de la Historia: “… la opinión unánime era construida cotidianamente. Para evitar las disidencias, desaparecieron las asociaciones, clubes, tertulias o cenáculos de sociabilidad política, que habían florecido desde 1810. Lo mismo ocurrió con la prensa opositora, muy activa al comienzo del régimen. La prensa adicta, escrita en registros cultos o populares, exponía una militancia sin fisuras. En la calle, los opositores eran individualizados por la manera de hablar o de vestirse - lo testimonió Echeverría en El Matadero - , y la cinta punzó era impuesta a hombres y mujeres. Las fiestas públicas, celebrando las fechas patrias o simplemente en homenaje al gobernador o a su hija -alguien la propuso como sucesora del padre- combinaban el entretenimiento con la exaltación simbólica de la figura de Rosas. En suma, hoy un ministro de Cultura y Medios lo habría aprobado. Pero además, la opinión unánime se respaldaba en la intimidación o eliminación de los enemigos, los tibios y los indiferentes. Se realizaba a través de las autoridades locales, de la policía o de la Mazorca, una asociación civil privada, integrada en su mayoría por policías, que asesinaba a quienes eran señalados por el gobierno. En ciertas coyunturas, como en 1840 o 1842, en Buenos Aires el terror fue masivo e indiscriminado. El de Rosas no fue ni el primer ni el último régimen que combinó apoyo popular masivo y terror represivo.” Es muy interesante detenerse a reflexionar acerca de lo que este autor manifiesta en relación a la movilización y participación regimentada de las masas y la elección de un enemigo al que atribuirle todos los males, al que por otra parte se deshumaniza – en este caso la difusa y ominosa categoría de “salvajes unitarios”, para quienes sólo cabía la muerte - como estrategia de consolidación de un poder hegemónico, característica que va luego va a ser distintiva de los movimientos y tendencias fascistas del siglo XX: “La lucha facciosa se potenció con la creciente movilización de los sectores populares, urbanos y rurales. Los enfrentamientos políticos, muy violentos, alteraron profundamente la vida social. La apelación al orden, que Rosas asumió, tenía un amplio apoyo en buena parte de la sociedad, particularmente entre los sectores propietarios, incluyendo a muchos que a la larga engrosarían el bando opositor. La singularidad de la fórmula rosista consistió en llegar al orden por la vía de la exacerbación y canalización de la movilización popular facciosa. Con ella disciplinó y expurgó a las elites. Muchos descubrieron, entonces y después, que la politización unánime, administrada, canalizada, convocada y desconvocada, se parecía mucho a la despolitización. Solo requería de un enemigo contra quien dirigirse. Un enemigo permanentemente derrotado pero, como la hidra de mil cabezas, siempre renaciente. Tal la función de los “unitarios”, denominación con la que el discurso del régimen englobó las más diversas formas de oposición.”
En esta línea de pensamiento se
podrían enmarcar los argumentos de Juan José Sebreli para caracterizar a Rosas
como un bonapartista o un protofascista, cuando considera que “…el movilizador
de masas fue el rosismo, que fue un protofascismo, en un momento donde no
existía nada parecido en Europa ni América. Fue un régimen totalitario en
sentido estricto… Es la desaparición de los límites entre sociedad civil y
Estado. La vida cotidiana, hasta los aspectos más íntimos, como la sexualidad,
es controlada y existe una ideologización de todo.” O cuando plantea que “el
caso de Rosas es realmente muy curioso. Es una especie de fascismo avant la
lettre. Fue un típico bonapartista, con elementos mucho más fascistas de lo que
pudieron haber sido los bonapartistas del siglo XIX, Bismarck o Napoleón III,
con esa puesta en escena de toda una ciudad que es típica de los totalitarismos
del siglo XX… La imaginería, la ciudad pintada de rojo, las divisas, el retrato
de Rosas en todas partes, incluidas las iglesias… Es decir: la introducción de
la política en la vida cotidiana, la desaparición de los límites entre lo
privado y lo público. Eso lo hace por vez primera Rosas. En ese sentido, es
casi un caso único en el siglo XIX. Ni los bonapartismos europeos llegaron a
ese punto.”
Sarmiento supo ver las íntimas
relaciones entre las estructuras socio – económicas y culturales con los modos
de organización y dominación política. Por eso en el Facundo se pregunta lo
siguiente, tratando de comprender y caracterizar correctamente al régimen de
Rosas: “¿Dónde, pues, ha estudiado este hombre el plan de innovaciones que
introduce en su gobierno, en desprecio del sentido común, de la tradición, de
la conciencia y de la práctica inmemorial de los pueblos civilizados? Dios me
perdone si me equivoco, pero esta idea me domina hace tiempo: en la estancia de
ganados, en que ha pasado toda su vida y en la Inquisición, en cuya tradición
ha sido educado.” Y por eso su programa, coincidente con el de Urquiza, será su
contracara; la colonización agropecuaria, el acceso a la tierra, el libre
comercio, la educación pública y el laicismo. Las palabras que el genial
sanjuanino eligió para su epitafio en notable síntesis no podrían ser más
esclarecedoras: “Una América toda, asilo de los dioses todos, con lengua,
tierra y ríos libres para todos”.
Conviene otorgar un párrafo
aparte a la ley de enfiteusis de Rivadavia, generalmente mal interpretada y
valorada, y al papel que tuvo Rosas en su administración. Recurrimos en ese
sentido a la obra del uruguayo Andrés Lamas. En las primeras palabras del
prólogo de su libro “Rivadavia y la legislación de las tierras públicas”,
seguramente sorprendentes para muchos, Manuel Herrera y Reissig sostiene que
“la República Argentina puede reclamar el honor de haber sido, con Francia, la
cuna de las ideas del Impuesto Único en el mundo”. El prologuista se refiere a
las ideas en las que los fisiócratas franceses – Quesnay, Turgot -, habían sido
pioneros, complementadas luego por los aportes teóricos de los economistas
clásicos liberales británicos – Adam Smith, David Ricardo – y perfeccionadas,
sistematizadas y explicadas con claridad más tarde por el norteamericano Henry
George, a partir de la publicación de su célebre obra “Progreso y Miseria” en
1879. Henry George advirtió con lucidez el rol de la renta del suelo en los
procesos de crecimiento de las economías capitalistas, y demostró
contundentemente cómo si no median eficaces políticas tributarias el
crecimiento económico puede llevar al aumento de la riqueza pero también de la
pobreza. El remedio que propuso George fue precisamente dejar de gravar por
completo el trabajo y la inversión de capital e imponer tributos solamente al
mayor valor del suelo generado por la comunidad, recuperando de esa manera para
el Estado los ingresos no ganados percibidos por el propietario del suelo sin
que éste haya realizado ningún tipo de esfuerzo. De ahí la denominación de
impuesto único, el “single tax”. Henry George era partidario también del más
amplio libre comercio, entre persones y entre países. Las ventajas del impuesto
al valor del suelo libre de mejoras (único o no, hoy seguramente sería
imposible prescindir absolutamente de todos los demás impuestos) han sido
reconocidas por la enorme mayoría de los economistas, entre ellos muchísimos
premios Nobel. Uno de ellos, Milton Friedman, llegó a decir que era “el menos
malo” de todos los impuestos. Dos ventajas clave de este tributo son que se
trata del único impuesto que no puede trasladarse a los precios – por el
contrario, tiende a aumentar la oferta y por ende a reducirlos – y que es el
único que no genera pérdida de eficiencia económica. Refiriéndose a Rivadavia, continúa Herrera y
Reissig en el prólogo del libro de Lamas diciendo que “la obra más grande, más
original y más trascendente de aquel ilustre argentino… no es su obra política,
constitucional, administrativa, docente y cultural… sino aquella gran reforma,
aquella gran conquista que todavía, cien años después, no han logrado alcanzar
las naciones más libres y avanzadas de la tierra: la libertad económica fundada
en la liberación de la tierra, supremo desiderátum de las Democracias…”. En su
libro Andrés Lamas nos dice que la legislación agraria de Rivadavia “tenía por
base la conservación del dominio natural y directo del Estado sobre las tierras
públicas, que declaraba inalienables. Conservando con la propiedad, la libre
disponibilidad de sus tierras, el Estado podía proceder, sin reato alguno, a su
mejor distribución, consultando las necesidades y las conveniencias generales;
el bienestar y el aumento de la población, la extensión, la diversidad y el
perfeccionamiento de las culturas, la buena distribución de la riqueza, y con
ella la justicia social y las condiciones esenciales de la organización
política de una sociedad democrática. Mediante la propiedad de la tierra, el
Estado recibía, por medio del canon con el que la entregaba al cultivo, la
renta que le correspondía; y como esta renta nace del trabajo social, Rivadavia
esperaba, y con razón, que ella llegaría a ser, con el transcurso del tiempo,
la fuente única de los recursos del tesoro público, suprimiéndose, en
consecuencia, los impuestos que gravan el trabajo y los capitales
individuales.” En síntesis, este autor oriental llega la conclusión de que “la
absorción por el Estado del valor social de la tierra creado por el esfuerzo
colectivo, el reconocimiento de la igualdad de derechos a la tierra, la
proscripción de todos los impuestos sobre el trabajo y el capital y sobre todas
las formas de la actividad económica, la libertad de trabajo en todas sus
manifestaciones y el libre cambio en su sentido más lato y absoluto, es decir,
no sólo entre las naciones, sino entre los individuos, tales fueron los
propósitos y finalidades del sistema agrario de Rivadavia de 1826, como son las
del impuesto único…”. De esta manera, lo que la tesis de Lamas y las
expresiones de Reissig nos están mostrando es un Rivadavia adelantado a su
tiempo, casi podríamos decir un georgista antes que Henry George.
Eduardo Conesa abona esta teoría,
al expresar que “en nuestro país, en el decenio de 1820, bajo la presidencial
del liberal Bernardino Rivadavia, un entusiasta de los economistas ingleses de
la época, hubo un intento frustrado de establecer este sistema, por la vía del
derecho de enfiteusis. Se trataba de un arrendamiento a largo plazo que hacía
el Estado de la abundante tierra fiscal. El largo plazo pactado en los
contratos tenía el propósito de estimular al arrendatario o enfiteuta a
invertir en mejoras. El Estado arrendaba la tierra fiscal a cambio del pago de
un canon anual por parte del enfiteuta. Este canon hacía las veces de un
impuesto. Con el advenimiento de la dictadura de Rosas en los dos siguientes
decenios, el sistema fracasó, y fue definitivamente abandonado en el decenio de
1850”. Además, Conesa considera que la “omisión de un impuesto liberal a la
tierra libre de mejoras” es la principal objeción a formular a la Generación
del 80; y - tras recordar el frustrado
proyecto del Presidente Roque Saenz Peña -, señala no obstante que “muchos
otros brillantes hombres de la gloriosa generación de 1880 defendieron esta
idea progresista”, pero aclara que “en rigor se remonta al decenio de 1820
cuando la propuso el ilustrado y entusiasta de la naciente ciencia de la
Economía Política… Bernardino Rivadavia con su ley de enfiteusis”.
Evidentemente, ningún país del mundo estaba en ese entonces, en condiciones de
llevar adelante una reforma de ese tipo en toda su dimensión y alcance, mucho
menos la Argentina anárquica y desarticulada de aquel momento.
Veamos ahora el papel de Rosas en
esta cuestión. Recurrimos para ello a los datos y consideraciones de Horacio
Giberti: “Teóricamente la ley se proponía una distribución racional de la
tierra, una diversificación de la producción rural, fomentando la agricultura y
la creación de una nueva clase media que enfrentara a la oligarquía
terrateniente. Pero al ser llevada a la práctica esta ley produjo su propia
negación: no fueron los inmigrantes labriegos, con los que soñaba utópicamente
Rivadavia, quienes se repartían la tierra, sino precisamente la gran oligarquía
terrateniente y hacendada… Basta leer la lista de enfiteutas para comprobarlo…
Los inmigrantes que quería Rivadavia, por supuesto, no llegaron nunca a ocupar
esas tierras. Es fácil prever cómo se sabotearía el proyecto de inmigración, si
observamos que la comisión para organizar la contratación de inmigrantes
europeos – creada por decreto de Rivadavia del año 1824 – estaba presidida por
el primo de Anchorena, Juan Pedro Aguirre, e integrada entre otros por el
propio Juan Manuel de Rosas. En un debate de la Legislatura llevado a cabo en
Enero de 1829, el general Viamonte combatió la cláusula de la ley que prohibía
a los enfiteutas adquirir nuevas tierras… Tomás de Anchorena sostuvo el
proyecto de reforma en el sentido en que lo promulgaba Viamonte. De este modo
la ley de enfiteusis perdía hasta su último rasgo progresista, para convertirse
lisa y llanamente en el gran negociado de la burguesía terrateniente
bonaerense… Durante el gobierno de Rosas no le resultaría muy difícil a esta
misma oligarquía, que seguía vinculada al gobierno, conseguir que éste les
concediera la propiedad privada de las tierras que les habían sido entregadas
en carácter de enfiteusis. El despojo quedaba de ese modo legalizado. En 1837
vencían los diez años de plazo otorgado a la enfiteusis: se aumentaba a partir
de entonces el canon al doble. El gobierno de Rosas, mediante un decreto del 19
de mayo de 1836, vendió 1.427 leguas – de las otorgadas en enfiteusis – a 253
adquirentes…”. Emilio Coni publicó en 1927 un trabajo en el que señala, en
relación a la ley de enfiteusis, que “dos hombres solamente la habían
estudiado, y superficialmente, Andrés Lamas, panegirista de Rivadavia, y
Nicolás Avellaneda...” y resalta la “opinión francamente contraria a la
enfiteusis de todos los hombres de valor que actuaron después de Caseros y que
habían sido testigos del sistema. Mitre, Sarmiento, Tejedor, Alberdi y Vélez
Sarsfield, por no citar sino a los principales, fustigaron a la enfiteusis con
frases lapidarias y la calificaron de perniciosa”. Es evidente que aquella
reforma rivadaviana fracasó estrepitosamente, por diversas razones que tuvieron
que ver con su tergiversación y no con los principios y marco teórico que la
inspiraron, pero de todas maneras el nombre de la enfiteusis quedó
desprestigiado, y probablemente además muchos de los gobernantes posteriores a
Caseros no entendieron su verdadera significación y alcance. Mitre llegó al
despropósito de tildarla de comunista. Por ende, más allá de que ni Urquiza ni
Sarmiento la reivindicaron expresamente, sí comparten con Rivadavia, - y en se
sentido se alejan de Rosas - la aspiración de transformar el campo argentino
por medio de la facilitación del acceso a la tierra, la inmigración, la
colonización en unidades productivas diversificadas, la promoción de la
agricultura y el comercio, la democracia municipal, la educación rural, etc. Si
las realizaciones efectivas de ambos no alcanzaron las dimensiones de sus
anhelos fue por la resistencia que encontraron, y por las falencias de quienes
los sucedieron. Ricardo de Titto recuerda las propias palabras de Sarmiento al
respecto: “Enfrentado al latifundismo –“una oligarquía con olor a bosta”–
promueve la pequeña propiedad: “La posesión es el germen fecundo de la
población. Donde este derecho no fue respetado, el capital, el favor y la
corrupción del poder distribuyeron la tierra entre especuladores y poderosos y
permaneció por siglos inculta, despoblada e indivisa”.” No obstante, las
colonias santafesinas, San José y sus desprendimientos en Entre Ríos, y
Chivilcoy en Buenos Aires, entre otras colonias y pueblos, quedaron como
testimonio del potencial de transformación del campo argentino. En alguna medida,
sigue siendo una asignatura pendiente, aunque con problemas y desafíos de
diferente índole.
Pero volvamos a Urquiza. En
ocasión del centenario del nacimiento del prócer uruguayense, con motivo de la
iniciativa de erigir un monumento que rindiera homenaje a su memoria, ni Mitre
pudo evitar reconocer - quizás un poco a desgano, o tal vez valorando
sinceramente tras tantos años la estatura histórica de Urquiza - que
“el libertador de la República que derribó en Caseros la bárbara tiranía y que
inició posteriormente la organización constitucional de la República, era
merecedor a este honor póstumo”. Y por lo tanto sumó su adhesión a la idea de
“realizar el monumento nacional que el país debe a la memoria del vencedor de
Caseros y del libertador de la República.”
Finalmente, recordemos las palabras de Sarmiento, a 12 años de la tragedia de San José, publicadas en las páginas del diario El Nacional de Buenos Aires: “El General Urquiza ha sobrevivido a su muerte violenta. La Constitución Argentina y la reunión de la República bajo las mismas instituciones de Gobierno, lo tienen a su frente. Y si el 3 de Febrero perpetúa el día en que fueron tronchadas las cadenas, el de su muerte serviría sólo para deplorar un crimen inútil, pues que la gloria legítima resiste la destrucción del tiempo, que es lo único que puede alcanzar el puñal”.-
Bibliografía
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Juan José Sebreli contra todos.» Revista ADNcultura , 3 de Enero de 2009.
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Coni, Emilio Angel. La verdad
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1927.
de Titto, Ricardo. «Domingo
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https://www.clarin.com/opinion/domingo-ayer-sarmiento-hoy_0_a6kSflBL8c.html
(último acceso: 15 de Febrero de 2022).
Giberti, Horacio C. Historia
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Hora , Roy. «El latifundio como idea:
Argentina, 1850-2010.» Universidad Nacional de La Pampa. s.f.
https://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/pys/article/view/3016/3495 (último
acceso: 12 de Febrero de 2022).
Lamas , Andrés. «Rivadavia y la
legislación de las tierras públicas.» Anáforas - Biblioteca digital de autores
uruguayos. Universidad de la República. s.f.
https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/48335 (último acceso: 13 de
Febrero de 2022).
Revista Ñ. «Juan José Sebreli:
“En la Argentina son todos populistas”.» 16 de Noviembre de 2012.
Romero, Luis Alberto.
«Reelección: una obsesión de Rosas.» Centro de Estudios de Historia Política.
Universidad Nacional de San Martín. 2012 de Febrero de 2012.
http://www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/romero/rosas%20perfil.pdf
(último acceso: 12 de Febrero de 2022).
Ruiz Moreno, Isidoro J. . Vida de
Urquiza . Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Claridad, 2017.
Urquiza Almandoz, Oscar Fernando.
Hechos, personajes y costumbres de nuestro pasado. Entre Ríos: el autor, 2010.
Publicado en el diario La Calle en cuatro entregas, los días 27 de Noviembre y 4, 11 y 18 de diciembre de 2022.-
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