Por José Antonio Artusi
Se cumplen 7 años de la muerte de
Nélida Baigorria, una mujer extraordinaria que haríamos bien en rescatar del
olvido.
Nélida Rosa Teresa Baigorria
nació el 23 de junio de 1921 y murió el 26 de noviembre de 2016 en Buenos
Aires. Maestra Normal, Profesora en Letras, toda su vida estuvo signada por un
compromiso ineludible con la educación al servicio de la democracia y la
construcción de una sociedad mejor. Ejerció la docencia durante más de 35 años.
Conocía el mundo de la educación profundamente, desde adentro, combinando
adecuadamente el rigor de los marcos teóricos con la experiencia concreta en el
trato con estudiantes y docentes.
Desde muy joven canalizó su
vocación política en la Unión Cívica Radical. En el dañino cisma partidario de
1957 optó por la Unión Cívica Radical Intransigente, y en 1958 fue electa
diputada de la Nación por la Capital Federal. Diferencias con el gobierno del
Presidente Arturo Frondizi la llevaron a abandonar la UCRI y optar por la Unión
Cívica Radical del Pueblo.
En 1963 el Presidente Arturo
Illia la designó Presidente de la Comisión Administradora de Radios y TV, cargo
que ejerció con solvencia hasta el nefasto golpe de Estado de 1966.
En 1984 fue designada por el
Presidente Raúl Alfonsín como Presidente de la Comisión Nacional de
Alfabetización. Al frente de ese organismo implementó el Plan Nacional de
Alfabetización, política pública cuyo significativo impacto favorable fue
reconocido por el Premio de la Asociación Internacional de Lectura en el
concurso mundial de la UNESCO celebrado en París en 1988.
De Nélida Baigorria nos quedan su
ejemplo de dedicación honrada a las causas nobles y sus textos, de una claridad
conceptual inusual. Es oportuno que la recordemos, a modo de modesto homenaje,
con sus propias palabras, escritas poco antes de su muerte:
“Los procesos educativos se extienden en el tiempo y se reservan el
derecho de no mostrar sus efectos hasta que la evidencia, criterio de verdad
que no necesita demostración, impone su veredicto. En nuestro país, la
destrucción del brillante sistema educativo que nos destacó ante América latina
y el mundo se inicia hace seis décadas y lentamente va socavando sus cimientos
hasta llegar a la etapa terminal que es nuestro presente. Los primeros atisbos
comienzan a verse en 1943, cuando el gobierno de facto vulnera los principios
filosóficos de la sabia ley 1420 e inicia el camino de su derogación,
efectivizada en 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón.
A partir de ese momento, la educación argentina comienza su descenso
involutivo, incentivado a través del tiempo por leyes, decretos y resoluciones
que ratifican el objetivo prioritario de poner fin a la escuela popular del
gran Sarmiento.
Esa inconcebible defección del Estado, frente al avance de la corriente
privatista, no pasó inadvertida para maestros y políticos comprometidos con la
educación popular, pero sus denuncias y recaudos para el futuro de las nuevas
generaciones se consideraban agorerías mendaces.
Quienes fuimos no espectadores, sino protagonistas en los debates en
los que se jugó el destino de la escuela pública, tenemos bien documentada, en
los diarios de sesiones y en la prensa de la época, cuál fue nuestra posición
en esa lucha implacable contra poderosísimos grupos de presión que nos acusaban
de estar al servicio de ideologías totalitarias ajenas a la tradición
democrática del país. Aducían, hipócritamente, que se trataba de un ataque a la
enseñanza privada, aunque de la lectura de esos debates surge que nuestros
amargos vaticinios se han consumado con el tiempo…
Para saber qué son los autodenominados "progresistas",
deberíamos preguntarles: ¿son progresistas a la manera de Esteban Echeverría,
de Alfredo Palacios, de Sarmiento, de Arturo Illia, de monseñor De Andrea, del
inolvidable papa Pablo VI, cuya encíclica Populorum progressio seguramente
jamás leyeron? Los "progres" que conocemos dicen luchar en defensa de
la igualdad de oportunidades y, no obstante, nadie como ellos hizo que en
nuestro país, el de la educación popular por excelencia, se profundizara el
abismo entre las clases sociales, hasta lograr la trágica partición en escuelas
para ricos y escuelas para pobres…
El lema mundial que acuñó la Unesco refleja un anhelo de la humanidad:
"Educación para todos". La experiencia ha demostrado que la piedra
basal para vencer la pobreza es la educación del pueblo. Es deber del Estado
ofrecer en todas las escuelas públicas -por lo tanto, gratuitas- la mejor
calidad de enseñanza. En el bicentenario de nuestra patria, el mayor homenaje
será encender nuevamente la llama de la educación popular que iluminó la gran
pasión de Sarmiento.” *
A 40 años de la recuperación de
las instituciones de la Constitución, las palabras de Nélida Baigorria pueden
servirnos como inspiración para valorar el rol insustituible de la educación como
herramienta fundamental en la consolidación de una democracia genuina,
profunda, en la que todos tengamos acceso a las condiciones materiales de la
libertad, que nos posibiliten ejercerla con plenitud.-
Publicado en el diario La Calle
el día 19 de Noviembre de 2023.-
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