Por José Antonio Artusi
Se cumplen 81 años del estreno de
Casablanca, la película dirigida por Michael Curtiz y protagonizada por Ingrid
Bergman y Humprey Bogart, que obtuvo el Oscar a la mejor película en 1943. Casablanca
es por lejos la película que más veces ví. Me tiene sin cuidado lo que digan
los críticos, para mí es una obra de arte imperecedera y quizás insuperable que
me sigue emocionando cada vez que vuelvo a la escena de la Marsellesa, o a la
del final, o tantas otras.
Más allá de la estética y la
emoción, es imposible no ver en Casablanca un mensaje político e ideológico.
Recordemos que se estrenó en plena segunda guerra mundial, cuando todavía el
resultado del conflicto era incierto. En
el momento de su estreno la revista Variety la describió como una “espléndida
propaganda anti Eje”.
Marcelo Birmajer, entrevistado en
la revista Seúl hace un par de semanas, dijo algo muy interesante, donde
“Casablanca” aparece como una metáfora, un símbolo de la resistencia contra el
fascismo, un instrumento de comunicación eficaz en pos del triunfo de la
libertad y la democracia: “Estamos hablando de momentos terribles, trágicos o
catastróficos. No estamos hablando de que salgo a la calle y hay una disputa,
estamos hablando de la supervivencia y de la libertad del mundo. Muy bien, el
intento de solución es la construcción de un consenso intelectual contra el
islamonazismo de la suficiente consistencia y contundencia como existió entre
el ’39 y el ’45… Te estoy hablando de Casablanca,
te estoy hablando de Roosevelt, te estoy hablando de Churchill, te estoy
hablando de esa mancomunión que existió entre todas las personas libres de la
Tierra que era indubitable. Tiene que existir ese consenso, tenemos que
derrotar incondicionalmente al nazismo”.
Es posible observar cierta
similitud entre el momento histórico que retrata Casablanca y las horas oscuras
que vivimos actualmente. Pero también es necesario detectar las diferencias.
Los nazis ocultaban sus crímenes más horrendos, y nunca asumieron pública y
formalmente su pretensión genocida de borrar de la faz de la Tierra al pueblo
judío. Los terroristas de Hamas filmaron y difundieron la barbarie inenarrable
del pogromo del 7 de Octubre y no fueron pocos, incluso en Occidente, que lo
celebraron alborozados. Hamas dice abiertamente en su carta fundacional y sus
líderes lo repiten a quien quiera escuchar, que su propósito es eliminar al
Estado de Israel e implantar un califato absolutista.
En nuestro país, como en todo
Occidente, cierta izquierda a la que no le cabe otro calificativo de neo nazi
no sólo se ha negado a condenar los horrendos crímenes de Hamas contra personas
indefensas y el secuestro de centenares de rehenes inocentes de todas las
edades sino que los ha reivindicado, y pretende contra toda evidencia acusar al
Estado de Israel de genocida y negarle su legítimo derecho a proteger a su
pueblo. Como bien dice Marcelo Birmajer, sin vueltas, “esta izquierda que
celebra la muerte de judíos es nazi, como la alianza entre Stalin y Hitler
entre el ’39 y el ’41”.
Las alabanzas al asesinato de
miles de inocentes no son novedosas. Ahora que se vuelve a hablar de Osama Bin Laden, es oportuno recordar que
Hebe de Bonafini defendió el ataque a las Torres Gemelas en 2001 y hasta se
alegró por esa tragedia. Horacio Verbistsky le contestó en un artículo en el
que condenaba a los “asesinos seriales de Hamas” y destrozaba las incoherencias
de Hebe de Bonafini intentando justificar la barbarie de Al Qaeda; aunque
cometiendo el despropósito de poner como dos demonios equiparables a Hamas y los
colonos - según él fascistas - del primer ministro israelí Ariel Sharon.
Paradójicamente, luego Sharon fue quien implementó la retirada unilateral
israelí de Gaza en 2005.
“No es una guerra, es un
genocidio”, proclaman agrupaciones trotskistas. Sí, es una guerra y la inició Hamas
el 7 de Octubre de la manera más cruel e inhumana contra civiles indefensos. Y
no, no es un genocidio. Genocidio es lo que quiere hacer Hamas (y el régimen
iraní) contra el pueblo israelí y lo proclaman con sinceridad. Goebbels tiene
nuevos discípulos.
Por otro lado, además de las
ruidosas consignas de la izquierda neo nazi, hay muchos silencios
ensordecedores en estas horas oscuras. Quizás los que serán recordados como la
mayor infamia son los de organizaciones que nacieron como abanderadas del
feminismo y la defensa de los derechos humanos. El “ni una menos” y tantas
otras consignas parece que no son válidas si las víctimas son mujeres judías. Después
del peor crimen contra judíos desde el Holocausto una ominosa y gigantesca ola
de antisemitismo y antisionismo recorre el mundo.
El planteo de contradicciones
fundamentales puede sonar un poco maniqueo, pero es necesario seguir reconociendo
el bien y el mal, para no caer en el riesgo de que cierto relativismo perverso
nos lleve a justificar cualquier aberración en nombre de particularismos
culturales o identitarios.
Hoy está claro de qué lado están
la libertad, la igualdad y la democracia y de qué lado la opresión y la
teocracia fundamentalista.
Está claro de qué lado están los
valores de la República y de qué lado los de un califato totalitario.
Está claro de qué lado está la
defensa irrestricta de la universalidad de los derechos humanos y de qué lado
el relativismo cultural que legitima su violación sistemática en nombre de una
supuesta ley divina.
Está claro de qué lado está la
vigencia de los derechos de las mujeres y los homosexuales y de qué lado la
sumisión y represión machista, misógina y homofóbica.
Está claro de qué lado está la
libertad de expresión y de qué lado la censura.
Está claro de qué lado está la
libertad de culto y la tolerancia y de qué lado la religión oficial elevada al
rango de ley impuesta para todos y la represión de las demás.
Como en Casablanca, como en 1942,
no es tan difícil saber de qué lado hay que estar.-
Publicado en el diario La Calle
el día 28 de Noviembre de 2023.-
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