Por José Antonio Artusi
Tras el pogromo del 7 de Octubre del año pasado,
el peor atentado contra judíos después del Holocausto, en el que miles de
personas inocentes e indefensas fueron masacradas, violadas, torturadas y secuestradas,
incluyendo bebés y ancianos -
recordémoslo - por el solo hecho de ser
judíos, una ominosa y perversa ola de antisemitismo y antisionismo recorre
Occidente, y llega, lamentablemente, a nuestro país.
La actitud de ciertos sectores en Estados
Unidos y Europa, por ahora afortunadamente minoritarios, no puede sino ser
calificada como una verdadera conducta suicida, propia de quienes sufren una
ingenuidad rayana en la estupidez. En las más prestigiosas universidades
norteamericanas, y en algunas europeas, estudiantes radicalizados se
manifiestan en contra de Israel y supuestamente a favor del pueblo palestino,
pero no pueden evitar ser cómplices de organizaciones terroristas y
fundamentalistas como Hamas y Hezbolla, y del régimen iraní que los financia y
promueve. En una tergiversación perversa y macabra de los hechos se presentan
las barbaridades inenarrables del 7O como un acto de legítima resistencia
frente a la opresión y se evita prolijamente cualquier forma de solidaridad y
reclamo por la liberación de los secuestrados que siguen viviendo la peor de
las pesadillas. Una de las acusaciones más absurdas que se hacen sobre Israel
consiste en la de perpetrar un genocidio contra el pueblo palestino. En realidad,
genocidio es lo que Hamas quiere hacer contra Israel; y es lo que Israel podría
hacer y no quiere.
En escenas grotescas que darían risa sino
fueran tan patéticas vemos a supuestas feministas y defensores de las minorías
sexuales repetir como loros consignas absurdas, cuando precisamente las mujeres
y los homosexuales son discriminados y sojuzgados de las maneras más crueles en
los países donde rigen los preceptos del integrismo islamista, que negando siglos
de avance en pos de la democratización y la secularización de las sociedades,
pretenden dar a los mandatos totalitarios de una determinada religión el valor
de una ley obligatoria para todos. Seudo feministas omitiendo la denuncia de
las horrorosas vejaciones de las que fueron víctimas mujeres judías, evitando
solidarizarse tanto con ellas como con las mujeres palestinas e iraníes que
sufren la represión de regímenes teocráticos y absolutistas, han hecho decir a
la periodista catalana Pilar Rahola, no sin algo de razón, que el feminismo ha
muerto. En realidad el feminismo vive, pero no en las imposturas del
identitarismo woke occidental, sino en las valientes mujeres iraníes que
desafían a los ayatollas, y en las mujeres israelíes que no vacilan en tomar
las armas para defender su país y su libertad.
Militantes de extrema izquierda que no durarían
una semana con vida, o al menos en libertad, si osaran repetir sus consignas
delirantes en Gaza o Teherán creen ver en el pañuelo palestino la remera del
Che y no dejan falacia y tontería por repetir, tergiversando y confundiendo
todo de una manera tan evidente que probablemente a los historiadores del
futuro les costará explicar tantos dislates. Si el máximo líder de la
sangrienta teocracia iraní te felicita es difícil que te puedas percibir
socialista, pacifista, laicista y feminista, pero los disparates de la cultura
woke parecen obrar milagros.
En el camino, el antisemitismo campea a sus
anchas en los campus universitarios estadounidenses y en las calles de ciudades
europeas, tal como en la Alemania nazi de la década del 30 del siglo pasado. Es
hora de reconocer que el monstruo ha vuelto, bien que con un ropaje bien
distinto, que no logra de todos modos ocultar su esencia perversa. El disfraz
más usual consiste en negar que ese discurso reaccionario de odio es antisemita
y postular en cambio que se trata de antisionista, como si ser sionista fuera un
crimen; cuando en realidad el sionismo no es otra cosa que un movimiento de
liberación nacional que defiende el derecho del pueblo judío a la
autodeterminación y a tener su propio Estado legitimado y reconocido por la
comunidad internacional como garantía última de su supervivencia, en su tierra
ancestral. Desde su creación el Estado de Israel no inició ninguna guerra, pero
se impuso en todas; entre otras por una razón muy sencilla, Israel no tiene
otra alternativa que la victoria, una derrota lo enfrentaría a la trágica
perspectiva de su desaparición, con lo que ello significaría para los judíos en
todo el mundo. Y agrego, con lo que ello significaría para todos quienes se
identifican con la libertad y la democracia. Israel enfrenta, casi solo, una guerra
que no terminaría allí si la consigna genocida “desde el río hasta el mar”- o
sea, borrar a Israel del mapa - se convirtiera en realidad. El integrismo salafista
iría por todo, tal como se encargan de proclamarlo con absoluta sinceridad y
honestidad intelectual sus ideólogos. Ahí están las persecuciones y matanzas de
cristianos en países africanos y asiáticos para corroborarlo. Persecuciones que
no despiertan la más mínima compasión ni solidaridad en el Occidente cristiano,
por extraño que parezca. El integrismo yihadista no sólo mata en Medio Oriente,
ya lo ha hecho en New York, París y Buenos Aires. Y sus líderes admiten
orgullosos y entusiastas que lo volverían a hacer en pos de instaurar un
califato global. ¿Qué más hace falta para que les creamos?
Israel es el canario de Occidente. Tal como los
canarios avisaban a los mineros cuando empezaba a faltar el oxígeno, lo que le
pase a Israel y a los judíos sólo adelanta lo que le podría pasar a otros. Que
el Estado de Israel, la única democracia liberal en Medio Oriente, se imponga
frente a quienes abogan por su desaparición, y que el régimen oscurantista de
Irán dé paso a un gobierno democrático que devuelva las libertades a su pueblo
es un tema que debería importarnos a todos. Si no es por solidaridad y compromiso
con ideales humanistas que por lo menos sea por interés.-
Publicado en el diario La Calle el 12 de mayo de 2024.-
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