Por José Antonio Artusi
Se cumplen 89 años de la canonización de Thomas
More como santo de la Iglesia Católica por el Papa Pío XI, el 19 de mayo de
1935. En 2000 el papa Juan Pablo II lo proclamó santo patrón de los políticos y
los gobernantes, tras una petición de numerosos jefes de Estado y de gobierno y
parlamentarios, que surgió como iniciativa del expresidente italiano Francesco
Cossiga.
Thomas More, más conocido en el mundo de habla
hispana como Tomás Moro, nació en Londres el 7 de febrero de 1478 y murió el 6
de julio de 1535, decapitado tras haber sido condenado en un juicio ordenado
por el rey Enrique VIII.
Thomas More incursionó en el campo del derecho,
la poesía, la literatura, la filosofía y lo que hoy denominamos ciencia
política. Su obra más famosa es “Utopía”, una novela en la que por vía de la
ficción literaria busca mostrar los rasgos de una sociedad ideal. Las
interpretaciones y los juicios sobre la obra de Thomas More fueron y siguen
siendo diversos y han generado polémicas e interpretaciones divergentes. De
todos modos, sus ideas han sido rescatadas como sustento común para diferentes
ideologías.
Algunos autores comparten una corriente de
pensamiento que ubica a Thomas More como uno de los pioneros de la idea del
ingreso ciudadano o ingreso básico universal, o en realidad de conceptos que
pueden tomarse como antecedentes. Philippe van Parijs lo contextualiza argumentando
que “con el surgimiento del Renacimiento, la tarea de preocuparse del bienestar
de los pobres dejó de ser considerada como un ámbito exclusivo de la Iglesia y
de individuos caritativos”. Daniel Raventós, por su lado, en “Las condiciones
materiales de la libertad” nos dice que “los antecedentes históricos de la
propuesta de la renta básica se remontan bastante lejos en el tiempo. Autores
de muy distintas procedencias intelectuales han ido aportando propuestas,
ideas, debates que, sin llegar a constituir una proto renta básica, constituyen
unos antecedentes cuando menos a tener en cuenta desde una perspectiva
histórica”, y señala que “una tenue referencia puede encontrarse ya en la
famosa obra “La Utopía” de Tomás Moro”. Otros antecedentes pueden encontrarse
en la obra de Joan Lluis Vives (1492 – 1540), amigo de Tomás Moro, un humanista
español descendiente de judíos conversos que había huído de la Inquisición y se
había afincado en la ciudad de Brujas. Tal como plantea José Manuel Panea
Márquez, “para Vives, y aquí estará la originalidad y firmeza de su
planteamiento, el problema de la pobreza no puede seguir quedando en el plano
de la charitas individual. Tal problemática exigiría, además, una respuesta
institucional”.
Rutger Bregman, un autor holandés que en 2016
publicó un libro titulado no casualmente “Utopía para realistas”, en el que
aboga a favor de la renta básica universal, tal como se denomina generalmente
en España al ingreso ciudadano, plantea una interesante distinción entre “dos
formas de pensamiento utópico. El primero es el más conocido, la utopía del
modelo cerrado”; y señala que “en lugar de ideales abstractos, los modelos
cerrados consisten en reglas inmutables que no toleran ninguna disensión”.
Bregman da como ejemplo de modelo cerrado a “La ciudad del sol” (1602), del
poeta italiano Tommaso Campanella… en su utopía, o más bien distopía, la
propiedad individual está estrictamente prohibida, todo el mundo está obligado
a amar a los demás y pelearse se castiga con la muerte. La vida privada está
controlada por el Estado, incluida la procreación”. La conclusión de Rutger
Bregman es clara: “víendolo en retrospectiva, cualquiera que lea hoy el libro
de Campanella verá indicios escalofriantes de fascismo, estalinismo y
genocidio”. Por otro lado, expresa que “sin embargo, existe otra vía de
pensamiento utópico que está casi olvidada. Si el modelo cerrado es una foto de
alta resolución, entonces este otro modelo es un mero esbozo. No ofrece
soluciones, sino guías de buenas prácticas”; y argumenta que “fue con este
espíritu con el que el filósofo británico Tomás Moro escribió su libro sobre la
utopía (y con él acuñó el término). Más que un modelo cerrado que debe
aplicarse de manera inflexible, su utopía era sobre todo una crítica a una
aristocracia avariciosa que exigía más lujos mientras la gente común vivía en
la pobreza extrema. Moro comprendió que la utopía es peligrosa cuando se toma
demasiado en serio”. Rutger Bregman concluye que “las utopías no ofrecen respuestas
concretas, y mucho menos soluciones. Tan sólo plantean las preguntas correctas”,
pero a la vez reconoce que “ciertamente, la historia está llena de ejemplos
terribles de la utopía (el fascismo, el comunismo, el nazismo), igual que toda
religión también ha generado sectas fanáticas”, y se pregunta y se responde: “…
si un agitador religioso incita a la violencia, ¿deberíamos descartar
automáticamente toda la religión? Entonces ¿por qué eliminar la utopía?
¿Deberíamos renunciar por completo al sueño de un mundo mejor? No, por supuesto
que no”. Más adelante, asevera que “sin utopía, estamos perdidos. No es que el
presente sea malo, al contrario. Sin embargo, si no albergamos la esperanza de
algo mejor, se vuelve sombrío. “Para ser feliz, el hombre necesita no sólo el
disfrute de esto o lo otro, sino esperanza, iniciativa y cambio”, escribió en
cierta ocasión el filósofo británico Bertrand Russell. Y también añadió: “No es
una Utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación
y la esperanza estén vivos y activos”.”
Quizás uno de los que con mayor precisión y
poesía describió el valor de las utopías haya sido Oscar Wilde, cuando expresó
que “un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse, pues
carece del único país en el que la humanidad siempre acaba desembarcando. Y
cuando lo hace, otea el horizonte y al descubrir un país mejor, zarpa de nuevo.
El progreso es la realización de Utopías”.-
Publicado en el diario La Calle el 19 de mayo
de 2024.-
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