viernes, 28 de junio de 2024

JAMES MEADE Y EL “DIVIDENDO SOCIAL” EN “AGATHOTOPIA”

Por José Antonio Artusi

Se cumplen 117 años del nacimiento de James Meade, economista inglés que obtuvo el Premio Nobel en 1977.

James Edward Meade nació en Swanage el 23 de junio de 1907 y murió en Cambridge el 22 de Diciembre de 1995. Meade llegó a ser uno de los principales asesores en la gestión del primer ministro laborista Clement Attlee entre 1945 y 1951, en cuyo mandato se establecieron las bases del Estado de bienestar británico, y en particular del Servicio Nacional de Salud. Posteriormente Meade desarrolló una relevante carrera académica en la London School of Economics y en la Universidad de Cambridge.  

Philippe Van Parijs menciona a James Meade en su “Breve historia de la idea del ingreso básico”, en un capítulo titulado “De la militancia a la respetabilidad: Inglaterra entre guerras”, en el que – antes de referirse específicamente a Meade – señala que “recién en el siglo XX el ingreso básico universal se convirtió en un verdadero tema de discusión. En primer lugar, bajo nombres como “dividendo social”, “bono estatal” y “dividendo nacional” se desarrollaron propuestas para un ingreso básico incondicional en los debates de entreguerras en Inglaterra. En segundo lugar, después de algunos años de silencio, este tipo de ideas fueron redescubiertas y ganaron considerable popularidad en los debates sobre “demogrants” y esquemas de “impuestos negativos a los ingresos” durante las décadas de1960 y 1970 en Estados Unidos. En tercer lugar, surgió un nuevo período de debate y exploración cuando las propuestas de ingreso básico universal comenzaron a discutirse activamente en varios países del noroeste de Europa desde finales de los años 70 y principios de los 80. De manera bastante independiente, este siglo también vio la introducción del primer –modesto pero genuino– plan de ingreso básico universal del mundo mediante el nacimiento del Fondo Permanente de Alaska, que proporciona dividendos anuales a todos los habitantes de Alaska”.

Más adelante Van Parijs sostiene que “mientras que la popularidad del movimiento de crédito social primero aumentaba y luego disminuía en amplias capas de la población británica, la idea de un ingreso básico universal ganaba terreno en un pequeño círculo de intelectuales cercanos al Partido Laborista británico. Entre ellos se destacó el economista George D.H. Cole (1889-1959)”, quien en “varios libros defendió resueltamente lo que fue el primero en llamar un “dividendo social”. Cole señaló, su obra “Principios de planificación económica”, de 1935, que “el poder productivo actual es, en efecto, un resultado conjunto del esfuerzo actual y de la herencia social de inventiva y habilidad incorporadas en la etapa de avance y educación alcanzada en las artes de producción; y siempre me ha parecido correcto que todos los ciudadanos compartan el rendimiento de este patrimonio común, y que sólo el resto del producto después de esta asignación se distribuya en forma de recompensas e incentivos por el servicio actual en producción."

Sobre el aporte específico de James Meade a la evolución de estas ideas Philippe Van Parijs expresa que “políticamente menos activo, pero con una reputación internacional mucho más amplia que Cole, … el premio Nobel James Meade, defendió el “dividendo social” con aún mayor tenacidad. La idea de un dividendo social está presente en su “Esquema de una política económica para un gobierno laborista” (1935) y en varios otros escritos tempranos como ingrediente central de una economía justa y eficiente. Y se convertiría en un componente crucial del proyecto “Agathotopia”, al que dedicó sus últimos escritos (desde “Agathotopia” en 1989 hasta ¿“Pleno empleo recuperado?” en 1995): asociaciones entre el capital y el trabajo y un dividendo social financiado con bienes públicos son presentados allí como una solución a los problemas del desempleo y la pobreza”.

Walter Van Trier, por su parte, señala que “en 1988, en una conferencia organizada por la Lega Nazionale delle Cooperative e Mutue italiana, James Meade presentó el primero de una serie de artículos en los que describía el marco institucional de lo que consideraba un lugar suficientemente bueno para vivir, no un lugar perfecto. No es un lugar ni una utopía, sino una Agathotopía. Una característica importante, incluso indispensable, de este marco institucional, según afirma Meade, es “el pago por parte del Estado a cada ciudadano... de un ingreso determinado, llamado Dividendo Social. Estos ingresos están libres de impuestos y se pagan incondicionalmente a cada ciudadano, ya sea que esté empleado o desempleado, sano o enfermo, activo o inactivo y, según las tasas apropiadas, joven o viejo”.

Van Trier enfatiza que “no es descabellado pensar que a Meade se le ocurrió este peculiar dispositivo como resultado del debate británico sobre política social en la década anterior a la conferencia italiana y, por lo tanto, que lo añadió recientemente al conjunto de políticas e instituciones económicas que había considerado anteriormente en su carrera como potencialmente beneficiosas “para hacer frente a los inevitables choques entre tres objetivos económicos: primero, la libertad de elección de los ciudadanos en los mercados de empleo y para la satisfacción de sus necesidades (Libertad); en segundo lugar, evitar cualquier contraste intolerable resultante de pobreza al lado de grandes riquezas (Igualdad); y, tercero, el uso de los recursos disponibles de manera que produzcan el nivel de vida promedio técnicamente más alto posible (Eficiencia)”. Sin embargo, este autor argumenta que “el uso que hace Meade del término "dividendo social" para referirse a la idea de pagar una suma igual incondicionalmente a todos -o, si se quiere usar la terminología moderna, un "ingreso básico"- es anterior en casi medio siglo a la redacción “Agathotopia”. Así, ya se puede encontrar en los escritos de Meade de mediados de los años treinta. De hecho…, el "dividendo social" resurge con una regularidad tan desconcertante en los escritos de Meade a lo largo de su carrera que es difícil no concluir que, desde muy temprano, constituye una característica central de su visión sobre cómo hacer del mundo un lugar mejor para vivir”. –

 

Publicado en el diario La Calle el 23 de junio de 2024.-

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sábado, 22 de junio de 2024

SEGUNDA JORNADA DEL CICLO DE CONFERENCIAS DEL CENTRO CULTURAL URQUIZA “A 30 AÑOS DE LA REFORMA DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL”

         


Tuvo lugar el pasado miércoles 19 en el Salón “Alejo Peyret” del Colegio del Uruguay la segunda jornada del Ciclo de Conferencias “A 30 años de la reforma de la Constitución nacional” que lleva adelante el Centro Cultural “Justo José de Urquiza”.

El ciclo cuenta con los auspicios del Club del Progreso de la Ciudad de Buenos Aires, del Colegio del Uruguay, de la Universidad de Concepción del Uruguay, de la Cátedra de Historia Constitucional de su Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, de la Municipalidad de Concepción del Uruguay, de la Sección Uruguay del Colegio de la Abogacía y de la Secretaría de Cultura de Entre Ríos.

En esta oportunidad las disertaciones estuvieron a cargo de Hernán Rodríguez Vagaría y de Bernardo Salduna. Tras las palabras de bienvenida de Hugo Barreto, presidente del CCU, los disertantes abordaron el tema “El federalismo en el proyecto constitucional argentino”, con la moderación del vicepresidente de la entidad organizadora, Fernando Martínez Uncal.

Una numerosa concurrencia siguió con atención las palabras de los expositores, quienes al final de la charla respondieron preguntas y comentarios de algunos de los presentes.

Cabe destacar que la conferencia pudo seguirse en vivo y está disponible en el canal de YouTube del Centro Cultural Urquiza (https://www.youtube.com/@centroculturalurquiza3034).

Desde el Centro Cultural Urquiza se informó que la tercera conferencia, a modo de cierre del ciclo - que se enmarca en el 175º aniversario del Colegio del Uruguay - tendrá lugar el viernes 23 de agosto, y estará cargo de Ricardo Gil Lavedra y Alberto García Lema, destacados juristas con amplia trayectoria y experiencia en el campo del derecho constitucional. Entre otras muchas responsabilidades, Gil Lavedra integró el tribunal que juzgó a los comandantes de las juntas militares en 1985 y García Lema fue convencional nacional constituyente en la reforma de 1994.-     

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lunes, 17 de junio de 2024

ADOLF HITLER, WILLIAM SHIRER Y EL ANTISEMITISMO

Por José Antonio Artusi

Se puede ver en Netflix “Hitler y los nazis”, un excelente documental basado en los testimonios de William L. Shirer, un periodista norteamericano que vivió en Alemania y Austria en el apogeo del régimen nazi y que cubrió posteriormente el juicio de Nuremberg a sus jerarcas; autor, entre otros, de un libro clave para comprender por qué y cómo pudo pasar lo que pasó: “Ascenso y caída del Tercer Reich – Una Historia de la Alemania nazi”.

Adolf Hitler es suficientemente conocido, aunque nunca está de más recordar las trágicas consecuencias que acarreó su ideología perversa una vez que pudo hacerse del poder absoluto en Alemania y parte de Europa. En este momento en particular parece especialmente necesario estar alerta frente al surgimiento de tendencias reaccionarias que de una u otra manera, más o menos disfrazadas o maquilladas con nuevos atuendos y ornamentos, tienen puntos de contacto con la esencia del nazi fascismo.  Uno de esos puntos de contacto es, obviamente, el antisemitismo.   

William Lawrence Shirer nació en Chicago el 23 de febrero de 1904 y murió en Boston el 28 de diciembre de 1993. El diccionario biográfico de la Universidad de Iowa nos dice que “Shirer se ganó una reputación nacional informando desde Berlín durante el período anterior a la Segunda Guerra Mundial. Hizo una de sus transmisiones más famosas el 22 de junio de 1940, cuando informó de la firma del armisticio francoalemán en el bosque de Compiègne. Al gobierno de Hitler no le agradaron los intentos de Shirer de eludir la censura oficial. Cuando un amigo alemán advirtió a Shirer que pronto sería acusado de espiar para los Estados Unidos, abandonó Alemania en diciembre de 1940. Logró escapar con el contenido de un diario que llevaba desde 1934. Una vez en casa, Shirer publicó su best seller “Diario de Berlín” (1941) y realizó una gira de conferencias instando al apoyo estadounidense a Gran Bretaña”.  Más tarde, “Shirer regresó a Alemania en octubre de 1945 para cubrir el juicio del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. Describió la destrucción de Berlín y otras ciudades alemanas, así como el destino de los líderes nazis”.

Es interesante recordar algunos de los conceptos que Shirer presenta en su libro “Ascenso y caída del Tercer Reich”. En particular aquellos que se refieren al antisemitismo. Por ejemplo, cuando expresa que Hitler “iba a permanecer ciego y fanático hasta el amargo final; su último testamento, escrito pocas horas antes de su muerte, contendría una crítica final contra los judíos como responsables de la guerra que él había iniciado y que ahora estaba acabando con él y con el Tercer Reich. Este odio ardiente, que infectaría a tantos alemanes en ese imperio, conduciría en última instancia a una masacre tan horrible y de tal escala que dejaría una horrenda cicatriz en la civilización que seguramente durará tanto como el hombre en la Tierra”.

En otro pasaje de su obra Shirer, que también descolló como historiador, se refiere a las raíces profundas del antisemitismo en Alemania y argumenta que “es difícil comprender el comportamiento de la mayoría de los protestantes alemanes en los primeros años del nazismo a menos que uno sea consciente de dos cosas: su historia y la influencia de Martín Lutero. El gran fundador del protestantismo fue a la vez un apasionado antisemita y un feroz creyente en la obediencia absoluta a la autoridad política. Quería que Alemania se librara de los judíos y, cuando fueran expulsados aconsejó que se los privara de "todo su dinero en efectivo, sus joyas, su plata y su oro” y, además, "que sus sinagogas o escuelas fueran incendiadas, que sus casas fueran destruidas... y puestos bajo un techo o establo, como los gitanos... en la miseria y el cautiverio mientras incesantemente se lamentan y se quejan ante Dios sobre nosotros"; consejo que fue seguido literalmente cuatro siglos más tarde por Hitler, Goering y Himmler". Cabe destacar que en un pie de página el autor manifiesta que para evitar cualquier malentendido consideraba necesario puntualizar que él mismo era protestante.

William Shirer señala que “nunca se diseñó ​​un plan exhaustivo para el Nuevo Orden, pero de los documentos capturados y de lo que ocurrió se desprende claramente que Hitler sabía muy bien lo que quería que fuera: una Europa gobernada por los nazis cuyos recursos serían explotados para provecho de Alemania, que sometería como esclavos de la raza dominante germánica a otros pueblos y cuyos "elementos indeseables" - sobre todo, los judíos, pero también muchos eslavos del Este, especialmente la intelectualidad entre ellos - serían exterminados. Los judíos y los pueblos eslavos eran los Untermenschen, subhumanos. Para Hitler no tenían derecho a vivir, excepto algunos de ellos, entre los eslavos, que podrían ser necesarios para trabajar en los campos y las minas como esclavos de sus amos alemanes... La propia Europa, como lo expresaron los líderes nazis, debe ser "libre de judíos".” No deja de ser curioso que Hitler pretendía hacer realidad la etimología del término “eslavo”, vale decir volver a convertirlos, como en el antiguo imperio romano, en esclavos. Su odio hacia los judíos era tal que ni siquiera esa condición estaba prevista en su anhelada “solución final”, o sea el genocidio, la completa exterminación de un pueblo.

Shirer enfatiza que “en 1939 había unos diez millones de judíos viviendo en los territorios ocupados por las fuerzas de Hitler. Según cualquier estimación, es seguro que cerca de la mitad de ellos fueron exterminados por los alemanes. Ésta fue la consecuencia final y el costo demoledor de la aberración que se apoderó del dictador nazi en sus días de juventud en Viena y que transmitió a (o compartió con) tantos de sus seguidores alemanes”.

El Estado de Israel, no lo olvidemos, fue establecido en 1948 en la tierra ancestral del pueblo judío, entre otras razones, para garantizar que nunca más puedan reiterarse los horrores del Holocausto. –

 

Publicado en el diario La Calle el 16 de junio de 2024. -

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jueves, 13 de junio de 2024

EL FUTURO DE LA PLANIFICACIÓN TERRITORIAL

Por José Antonio Artusi

Carlos Matus comienza su libro “Teoría del juego social” con un párrafo perturbador e inquietante, sobre todo porque esas líneas, escritas hace ya más de cuarto siglo, continúan teniendo plena vigencia, en particular en la Argentina: “La gestión pública es, en general, desilusionante. No apunta al blanco de los problemas… Hay un abismo entre el retraso de la política y el avance de las ciencias. La primera ignora las segundas. A su vez, las segundas progresan de un modo que ignora la acción práctica de enfrentamiento de los problemas colectivos de la vida cotidiana, aportan poco a la calidad de la gestión pública. Hay una crisis de capacidad de gobierno”.  Continuando, describe el panorama de muchas democracias liberales occidentales a fines del siglo pasado: “Con el término de la guerra fía, la democracia gana terreno frente al autoritarismo, pero se debilita por sus desiguales y pobres resultados. Desilusionado, el ciudadano común se aparta de la política, y ésta se encierra cada vez más en círculos pequeños. El gobierno y las ciencias están de espaldas. La democracia pierde terreno, pero no tiene competidores viables. Los defensores de la democracia no saben defenderla. Sobrevive ante al vacío de otras opciones”.

Matus es lapidario: “La práctica política ha creado sus propios problemas. Y ellos son en gran parte ajenos a los problemas de la gente y de la sociedad. Así, los problemas de la sociedad y del hombre común no coinciden significativamente con los problemas de la política y los políticos. Los políticos se dedican principalmente a resolver los problemas internos que ellos mismos crean en la lucha por el poder. La competencia por ser el brujo de la tribu ha llegado a ser más importante que la capacidad de curar”. 

Así, cabe preguntarnos acerca de cómo hacer para que el electorado sea capaz de distinguir bien entre aquel al que sólo le interesa ser el brujo de la tribu y aquel al que le interesa realmente curar; y el problema nos remite a la cuestión de cómo lograr que en la oferta electoral haya alguien que sepa curar. En Argentina, siguiendo con esta metáfora, desde hace décadas ningún hechicero es capaz de conjurar, entre otros tantos problemas, el embrujo de una inflación persistente, que deteriora los ingresos de los sectores más vulnerables.

Se supone que el saber científico que permite “curar” está básicamente en las universidades y en los centros de investigación, en la academia. Recurrimos nuevamente a Carlos Matus, cuando se pregunta; “¿por qué hay un divorcio entre la universidad y los gobiernos?”, y cuando nos dice que “la realidad tiene problemas, las universidades tienen facultades, y la planificación tradicional trabaja por sectores, ¿quién piensa por problemas?”. O sea, formula una crítica al saber especializado y compartimentado y a la gestión pública aislada en “sectores”, que no son suficientes para entender en toda su complejidad y conflictividad los problemas sociales, y mucho menos son eficaces para resolverlos, y menos aún para prevenirlos.   

La planificación territorial es a la vez una disciplina (o una interdisciplina), una práctica profesional y una política pública. Es imperioso revertir el divorcio entre el Estado y las universidades. Desde la academia se deberían formar recursos humanos capacitados adecuadamente, generar y transferir conocimiento útil y pertinente a través de la investigación y la extensión, al servicio del diseño de programas y proyectos que estén basados en marcos teóricos robustos y en evidencia empírica. Desde el Estado se debería a su vez generar condiciones para que la disciplina pueda trabajar con los insumos que necesita, datos, estadísticas, etc. (aunque parezca mentira todavía no tenemos los datos de población por localidad del Censo del 2022). Y obviamente, presupuestos. Por otro lado, las políticas públicas de planificación territorial necesitan voluntad política, marcos normativos e institucionales, e instrumentos de gestión, en los tres niveles del Estado, articulados entre sí. Nuestro país carece, a pesar los acuerdos logrados por todas las provincias hace algunos años en el marco del COFEPLAN, de una ley nacional de ordenamiento territorial, y son muy pocas las provincias que tienen una norma en la materia. La mayoría de los gobiernos locales se ven en dificultades de todo tipo para planificar y gestionar de modo tal de dar respuesta a las demandas de la población con relación al territorio; habitacionales, ambientales, laborales, etc.

En 2018 el gobierno nacional publicó un poco conocido documento de Política Nacional Urbana, en el que se detalla un crudo diagnóstico: “La ausencia del Estado en la planificación y la gestión territorial ha contribuido a la expansión urbana de baja densidad y a la consolidación de un mercado de suelo urbano caracterizado por la usurpación, la especulación y la desigualdad. La escasez de instrumentos que regulen el mercado de suelo, junto con instrumentos de gestión local ineficientes e instituciones debilitadas, han favorecido el desarrollo de ciudades desiguales, socialmente excluyentes, espacialmente segregadas y ambientalmente insostenibles. En las últimas décadas, el déficit habitacional en Argentina se ha incrementado, los mecanismos de acceso al crédito han resultado insuficientes y los asentamientos informales se han convertido en la principal estrategia de acceso al suelo y a la vivienda de los sectores de menores ingresos. Asimismo, el surgimiento de barrios cerrados no sólo da cuenta de un modelo de ciudad fragmentado socio-espacialmente, sino que su localización en áreas ambientalmente frágiles y vulnerables ha generado un alto impacto ambiental”.

¿Cómo revertir este panorama desolador? Está claro que no será volviendo a modelos fracasados en los que la planificación era más una declamación que una realidad; pero la improvisación y la ausencia del Estado en la planificación territorial tampoco son las mejores respuestas. En sociedades democráticas con sistemas capitalistas competitivos el Estado necesita ser innovador y eficiente, pero en ningún caso puede abandonar su rol planificador. Recordemos a Mario Bunge, cuando señaló que “quien no planifica es víctima del planificador que obra por cuenta de otros”. –

 

Publicado en el diario La Calle el 9 de junio de 2024.-  

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jueves, 6 de junio de 2024

CONDORCET

Por José Antonio Artusi

Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, más conocido como el marqués de Condorcet nació en Ribemont el 17 de septiembre de 1743 y murió en Bourg-la-Reine, el 28 o 29 de marzo de 1794.  

Se formó en un colegio jesuita, lo que no le impidió más tarde ser un agudo crítico de la orden, de la Iglesia Católica, y de las instituciones religiosas en general. Figura estelar de la Ilustración francesa, descolló en diversos campos del conocimiento - matemática, filosofía, economía, ciencia política, sociología - a la vez que participó activamente en las luchas políticas de su tiempo.

Liberal, republicano, laicista, feminista, progresista, su concepción universalista de los derechos humanos lo llevó a defender a las víctimas de discriminación y sojuzgamiento en virtud de su sexo, etnia o religión, y fue por ende solidario con las mujeres, los negros y los judíos.   

En 1774 Condorcet fue designado Inspector General de la Moneda por Turgot, uno de los economistas destacados dentro de la escuela de los fisiócratas franceses. Turgot es recordado por sus aportes a la defensa de las bondades del libre comercio y a la formulación de la teoría del “impuesto único”, que señala que la única materia imponible debería ser la renta del suelo, liberando de todo tributo al trabajo y al capital; teorías que serían retomadas por los liberales clásicos británicos y sobre todo por el economista norteamericano Henry George a fines del siglo XIX. Turgot terminó siendo destituido de su cargo de inspector general de finanzas en 1776 y Condorcet se solidarizó presentando su renuncia, pero fue obligado a permanecer en el cargo hasta 1791. En 1786 Condorcet escribió una biografía de Turgot en la que avala sus ideas económicas.    

En el proceso de la Revolución Francesa Condorcet se enroló en el bando reformista de los girondinos, y sufrió la persecución de los extremistas jacobinos. En 1791 fue electo representante de París en la Asamblea Nacional, de la que llegó a ser secretario. A instancias suyas se avanzó en la instauración del laicismo en la educación pública.  Tras oponerse a la ejecución de Luis XVI y criticar el proyecto de constitución de los jacobinos fue acusado y condenado por traición, lo que lo obligó a refugiarse en la casa de una amiga durante algunos meses. Intentó huir de París, pero fue detenido. A los pocos días murió en su celda. Algunos han señalado al suicidio como probable causa de muerte.

Philippe Van Parijs 1 lo incluye en su galería de precursores de la idea del ingreso ciudadano y señala que “hacia finales del siglo XVIII surgió una idea diferente que iba a desempeñar un papel aún mayor en el alivio de la pobreza en toda Europa. La primera persona conocida que esbozó la idea fue el matemático, filósofo y activista político Antoine Caritat, marqués de Condorcet… Mientras estuvo escondido, escribió su obra más sistemática, el “Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano” (publicado póstumamente por su viuda en 1795), cuyo último capítulo contiene un breve esbozo de cómo podría ser un seguro social y cómo podría reducir la desigualdad, la inseguridad y la pobreza”.

Dejemos que Condorcet lo diga con sus propias palabras: “Existe, por tanto, una causa necesaria de desigualdad, de dependencia e incluso de miseria, que amenaza constantemente a la clase más numerosa y activa de nuestras sociedades. Demostraremos que podemos eliminarla en gran medida, oponiendo la suerte a sí misma, asegurando a quienes llegan a la vejez un alivio que es producto de lo que ahorró, pero aumentado por los ahorros de aquellos que hicieron el mismo sacrificio pero murieron antes de que llegara el momento en que necesitaban recoger su fruto; utilizando una compensación similar para proporcionar a las mujeres y a los niños, en el momento de perder a sus maridos o a sus padres, recursos del mismo nivel y adquiridos al mismo precio, ya sea que la familia en cuestión haya sufrido una muerte prematura…; y, finalmente, dando a aquellos niños que tienen edad suficiente para trabajar por sí solos y fundan una nueva familia, la ventaja de un capital necesario para el desarrollo de su actividad”.  Es decir, tal como plantea Van Parijs, que “esta idea distinta terminará dando forma, un siglo después, al desarrollo de los masivos sistemas de seguridad social de Europa, comenzando con los planes de pensiones de vejez y de seguro médico de Otto von Bismarck para la fuerza laboral industrial de la Alemania unificada (desde 1883 en adelante)”.

Pjilippe Van Parijs enfatiza que “es el mismo Marqués de Condorcet quien fue el primero en mencionar brevemente, en el contexto de su discusión sobre el seguro social, la idea de una prestación no restringida ni a los pobres (merecedores de nuestra compasión) ni a los asegurados (acreedores a una indemnización si el riesgo se materializa), es decir, la idea de “dar a aquellos niños que tengan edad suficiente para trabajar por sí mismos y fundar una nueva familia la ventaja de un capital necesario para el desarrollo de su actividad”. No se sabe que el propio Condorcet haya dicho o escrito nada más sobre el tema, pero su amigo cercano y miembro de la Convención Thomas Paine (1737-1809) desarrolló la idea con mucho mayor detalle, dos años después de la muerte de Condorcet”. Es evidente que Thomas Paine puede haberse nutrido de las ideas de su amigo, con quien también compartió el destino de la persecución y la cárcel, aunque el revolucionario inglés pudo salir de ella con vida.    

¿Qué hace que sea pertinente recordar y rescatar hoy el legado intelectual de Condorcet?  Las respuestas pueden ser variadas, pero podríamos arriesgar que sus ideas podrían ser particularmente valiosas y fecundas en un momento histórico en el que Occidente se encuentra asediado por dentro y por fuera, por dentro por parte de quienes aparecen – a izquierda y derecha - como los traidores de sus mejores tradiciones liberales y humanistas. - 

 

Publicado en el diario la Calle el 2 de Junio de 2024.-

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