Por José Antonio Artusi
Se puede ver en Netflix “Hitler y los nazis”,
un excelente documental basado en los testimonios de William L. Shirer, un
periodista norteamericano que vivió en Alemania y Austria en el apogeo del
régimen nazi y que cubrió posteriormente el juicio de Nuremberg a sus jerarcas;
autor, entre otros, de un libro clave para comprender por qué y cómo pudo pasar
lo que pasó: “Ascenso y caída del Tercer Reich – Una Historia de la Alemania
nazi”.
Adolf Hitler es suficientemente conocido,
aunque nunca está de más recordar las trágicas consecuencias que acarreó su
ideología perversa una vez que pudo hacerse del poder absoluto en Alemania y
parte de Europa. En este momento en particular parece especialmente necesario
estar alerta frente al surgimiento de tendencias reaccionarias que de una u
otra manera, más o menos disfrazadas o maquilladas con nuevos atuendos y
ornamentos, tienen puntos de contacto con la esencia del nazi fascismo. Uno de esos puntos de contacto es,
obviamente, el antisemitismo.
William Lawrence Shirer nació en Chicago el 23
de febrero de 1904 y murió en Boston el 28 de diciembre de 1993. El diccionario
biográfico de la Universidad de Iowa nos dice que “Shirer se ganó una
reputación nacional informando desde Berlín durante el período anterior a la
Segunda Guerra Mundial. Hizo una de sus transmisiones más famosas el 22 de
junio de 1940, cuando informó de la firma del armisticio francoalemán en el
bosque de Compiègne. Al gobierno de Hitler no le agradaron los intentos de
Shirer de eludir la censura oficial. Cuando un amigo alemán advirtió a Shirer
que pronto sería acusado de espiar para los Estados Unidos, abandonó Alemania
en diciembre de 1940. Logró escapar con el contenido de un diario que llevaba
desde 1934. Una vez en casa, Shirer publicó su best seller “Diario de Berlín”
(1941) y realizó una gira de conferencias instando al apoyo estadounidense a
Gran Bretaña”. Más tarde, “Shirer
regresó a Alemania en octubre de 1945 para cubrir el juicio del Tribunal
Militar Internacional de Nuremberg. Describió la destrucción de Berlín y otras
ciudades alemanas, así como el destino de los líderes nazis”.
Es interesante recordar algunos de los
conceptos que Shirer presenta en su libro “Ascenso y caída del Tercer Reich”. En
particular aquellos que se refieren al antisemitismo. Por ejemplo, cuando
expresa que Hitler “iba a permanecer ciego y fanático hasta el amargo final; su
último testamento, escrito pocas horas antes de su muerte, contendría una
crítica final contra los judíos como responsables de la guerra que él había
iniciado y que ahora estaba acabando con él y con el Tercer Reich. Este odio
ardiente, que infectaría a tantos alemanes en ese imperio, conduciría en última
instancia a una masacre tan horrible y de tal escala que dejaría una horrenda cicatriz
en la civilización que seguramente durará tanto como el hombre en la Tierra”.
En otro pasaje de su obra Shirer, que también
descolló como historiador, se refiere a las raíces profundas del antisemitismo
en Alemania y argumenta que “es difícil comprender el comportamiento de la
mayoría de los protestantes alemanes en los primeros años del nazismo a menos
que uno sea consciente de dos cosas: su historia y la influencia de Martín
Lutero. El gran fundador del protestantismo fue a la vez un apasionado
antisemita y un feroz creyente en la obediencia absoluta a la autoridad
política. Quería que Alemania se librara de los judíos y, cuando fueran expulsados
aconsejó que se los privara de "todo su dinero en efectivo, sus joyas, su
plata y su oro” y, además, "que sus sinagogas o escuelas fueran
incendiadas, que sus casas fueran destruidas... y puestos bajo un techo o
establo, como los gitanos... en la miseria y el cautiverio mientras
incesantemente se lamentan y se quejan ante Dios sobre nosotros"; consejo
que fue seguido literalmente cuatro siglos más tarde por Hitler, Goering y
Himmler". Cabe destacar que en un pie de página el autor manifiesta que
para evitar cualquier malentendido consideraba necesario puntualizar que él
mismo era protestante.
William Shirer señala que “nunca se diseñó un plan exhaustivo para el Nuevo
Orden, pero de los documentos capturados y de lo que ocurrió se desprende claramente que Hitler sabía muy bien lo que quería que fuera: una Europa gobernada por los nazis cuyos recursos serían explotados para provecho de Alemania, que
sometería como esclavos de la raza dominante germánica a otros pueblos y cuyos
"elementos indeseables" - sobre todo, los judíos, pero también muchos eslavos del Este,
especialmente la intelectualidad entre ellos - serían exterminados. Los judíos y los pueblos eslavos eran los Untermenschen,
subhumanos. Para Hitler no tenían derecho a vivir, excepto algunos de ellos,
entre los eslavos, que podrían ser necesarios para trabajar en los campos y las
minas como esclavos de sus amos alemanes... La propia Europa, como lo
expresaron los líderes nazis, debe ser "libre de judíos".” No deja de
ser curioso que Hitler pretendía hacer realidad la etimología del término
“eslavo”, vale decir volver a convertirlos, como en el antiguo imperio romano,
en esclavos. Su odio hacia los judíos era tal que ni siquiera esa condición
estaba prevista en su anhelada “solución final”, o sea el genocidio, la
completa exterminación de un pueblo.
Shirer enfatiza que “en 1939 había unos diez
millones de judíos viviendo en los territorios ocupados por las fuerzas de
Hitler. Según cualquier estimación, es seguro que cerca de la mitad de ellos
fueron exterminados por los alemanes. Ésta fue la consecuencia final y el costo
demoledor de la aberración que se apoderó del dictador nazi en sus días de
juventud en Viena y que transmitió a (o compartió con) tantos de sus seguidores
alemanes”.
El Estado de Israel, no lo olvidemos, fue
establecido en 1948 en la tierra ancestral del pueblo judío, entre otras razones,
para garantizar que nunca más puedan reiterarse los horrores del Holocausto. –
Publicado en el diario La Calle el 16 de junio
de 2024. -
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