Por José Antonio Artusi
David Ricardo nació en Londres el 18 de abril
de 1772 y murió en Gatcombe Park el 11 de septiembre de 1823. Perteneció a una
familia judía sefardí que se asentó en Inglaterra procedente de Holanda. Fue
uno de los economistas liberales clásicos más influyentes, junto a Adam Smith y
John Stuart Mill. Juan Carlos De Pablo nos dice que “fue el único, de los
padres fundadores del análisis económico, que no fue alumno ni profesor
universitario; no obstante lo cual, fue el más riguroso de todos” 1.
Como le sucede a buena parte de los economistas clásicos, los creadores del
verdadero pensamiento liberal, sus ideas son a menudo mal interpretadas o
tergiversadas. Por es bueno recurrir a los comentarios de economistas que
rescatan su pensamiento, y que destacan la vigencia de su doctrina en muchos
aspectos.
Enrique Feás 2 sostiene que “cuando
David Ricardo leía "La riqueza de las naciones" de Adam Smith reparó
en un párrafo que decía: "la renta de la tierra, considerada como el
precio pagado por el uso de la tierra, es naturalmente un precio de monopolio.
No está relacionada en absoluto con el desembolso del propietario para la
mejora de la tierra, o con lo que éste puede permitirse aceptar, sino con lo
que el agricultor puede permitirse ofrecer". Ricardo imaginó entonces una
región extensa, como la del Nuevo Mundo, donde agricultores inmigrantes
ocupaban las tierras fértiles que deseaban, sin pagar renta alguna por ellas. E
imaginó después una segunda fase, en la que las mejores tierras ya habrían sido
ocupadas, y en la que los inmigrantes tendrían que conformarse con ocupar y
cultivar tierras menos fértiles. Si en ese momento el dueño de alguna de las
tierras iniciales decidiera ceder su terreno para labrar, podría exigir como
renta la diferencia entre la producción que se podía obtener en su tierra y la
que se podría obtener en una de las tierras de segunda calidad. Hoy los
terrenos agrícolas no son tan importantes, pero el razonamiento se puede
aplicar a los inmuebles urbanos y sus tres elementos más importantes:
"location, location, location". Y es que pocos bienes como los
inmuebles urbanos vinculan tanto su precio a su ubicación y a la proximidad de
otros bienes similares e infraestructuras disponibles”. Más adelante Feás
asevera que “quizás porque la ciencia económica se desarrolló sobre todo en
Estados Unidos, donde había pocos problemas de escasez de suelo, o porque la
tecnología permitió que beneficios y salarios aumentaran a la par que las
rentas de la tierra, lo cierto es que cuando los economistas pensaban en
capital, tendían a pensar en bienes de equipo, y no tanto en inmuebles, en cuyo
valor influyen el valor de la edificación, y sobre todo el valor del suelo
determinado por su ubicación. Hay una
excepción: Henry George, quien a finales del siglo XIX insistió en la necesidad
de imponer un impuesto sobre el suelo o su ubicación (y no sobre los edificios,
ya que eso distorsiona la inversión en mantenimiento). Para George, este
impuesto sobre el valor de la tierra era en realidad el único impuesto
imprescindible, ya que los restantes impuestos sobre el trabajo o el capital
serían distorsionadores”. Finalmente, el mencionado autor concluye que “sin
embargo, lo cierto es que pocos impuestos hay en la teoría económica que hayan
sido tan unánimemente defendidos como los impuestos sobre la propiedad
inmobiliaria: son fáciles de recaudar, difíciles de eludir (a diferencia de
aquellos sobre el capital mobiliario), recaen sobre el valor del activo
(reduciendo su precio por el valor actual de los impuestos futuros) y poco
distorsionadores del ahorro y del crecimiento (Arnold et al., 2011). No sólo
los defendían Adam Smith ("nada puede ser más razonable"), David
Ricardo o Henry George, sino también desde Churchill ("el terrateniente no
contribuye en nada al proceso del que se deriva su enriquecimiento") hasta
Stiglitz ("puede llevar a una mayor renta y menor desigualdad"), pasando
por gente tan poco sospechosa como Milton Friedman ("el menos malo de los
impuestos"), la OCDE ("es el menos perjudicial para el
crecimiento"), el FMI ("es mucho mejor que otros impuestos en
términos de crecimiento a largo plazo") o The Economist”.
Eduardo Conesa 3 señala que “se
trata de reivindicar, al menos en parte, al factor tierra como factor de
nuestro desarrollo. Para ello se debe volver a la idea de David Ricardo sobre
el impuesto al valor de mercado de la tierra libre de mejoras. En este trillado
tema, la vieja escuela liberal clásica se cubrió de gloria ante de los
estudiosos de la economía y las ciencias sociales y políticas. En efecto, el
impuesto al valor de mercado de la tierra libre de mejoras debió ser la base de
un sistema impositivo destinado a liberar las energías sociales, promover la
eficiencia y el crecimiento, sin distorsionar la asignación de los recursos, y
por sobre todo ello, tendiente a la materializar un ideal de justicia
distributiva”. Agrega Conesa que “muchos políticos y economistas en nuestro
país impulsaron las ideas de Ricardo y Henry George sobre el impuesto a la
tierra libre de mejoras, especialmente los conservadores progresistas de
principios del siglo XX como por ejemplo el presidente Roque Saenz Peña…”.
David Ricardo planteó sus teorías haciendo
hincapié en la renta del suelo rural, agrícola, como era natural a principios
del siglo XIX. No obstante, sus ideas han sido revalorizadas por economistas
contemporáneos como marco téorico general para entender las dinámicas de los
mercados de suelo urbano, y para fundamentar mecanismos de recuperación de la
valorización del suelo generada por la inversión pública en infraestructura
para financiar esas mismas inversiones. Es así que en una publicación del BID 4
se señala que “el marco conceptual de la captura de plusvalías se basa en la
idea de usar la valorización del precio del suelo producida por la urbanización
para financiar la infraestructura y servicios que la hacen posible. En la
medida en que la demanda por suelo es una demanda derivada y su precio depende
de lo que se pueda hacer con él, elementos clave del desarrollo urbano como la
transformación del uso del suelo de rural a urbano, la instalación de
infraestructura o la densificación, permiten incrementar los beneficios
potenciales derivados de un terreno o propiedad. Esto a su vez resultará en
mayores precios del suelo. Esta valorización, llamada ‘plusvalía’, es
susceptible a ser ‘capturada’ para el beneficio de la comunidad en la medida en
que los factores generadores que la producen sean consecuencia de decisiones o
acciones públicas. La idea original tiene una amplia tradición en el estudio de
la economía, siendo proponentes de algunos de sus elementos base autores como
Henry George y David Ricardo”.
A más de 200 años de su muerte, las ideas de
David Ricardo nos pueden seguir iluminando.
1) https://www.econstor.eu/bitstream/10419/272321/1/1803973838.pdf
2) https://blognewdeal.com/enrique-feas/riqueza-inmobiliaria-ciudades-y-desigualdad/
3) https://eduardoconesa.com.ar/pdf/a-2014i.pdf
Publicado en el diario La Calle el 25 de agosto de 2024. -
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