Si se lo mira desde cierto punto de vista, el término “agricultura
urbana” parecería ser un oxímoron, o sea la combinación, en una misma
estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que
originan un nuevo sentido, como en “un silencio atronador”, por ejemplo. De
hecho, si recurrimos a la definición de “ciudad” que nos da la Real Academia,
parecería serlo: “conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento,
cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas”. Sin embargo, contrariando
a este criterio un tanto rígido de la Real Academia, la Historia nos muestra
muchísimos ejemplos en el pasado de ciudades que han tenido, de una u otra
manera, en mayor o menor medida, actividades agrícolas. Y las hay también en el
presente. Y muchos estudios y proyecciones plantean que incluso su relevancia
puede incrementarse en el futuro, como una de las estrategias clave para lograr
ciudades más sostenibles, prósperas, resilientes y saludables.
La FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura, considera que “la agricultura urbana y periurbana se puede definir
como un conjunto de prácticas que proporcionan alimentos y otros productos a
través de la producción agrícola y los procesos relacionados con ella
(transformación, distribución, comercialización, reciclaje, etc.) y que se llevan
a cabo en la tierra u otros espacios en las ciudades o las regiones
circundantes”. El organismo internacional plantea a su vez que “este tipo de
agricultura engloba actores, comunidades, métodos, lugares, políticas,
instituciones, sistemas, ecologías y economías urbanos y periurbanos y, en gran
medida, emplea y regenera los recursos locales para satisfacer las necesidades
cambiantes de las poblaciones locales, contribuyendo al mismo tiempo a lograr
múltiples metas y funciones”, por lo que entiende que “la agricultura urbana y
periurbana ofrece una estrategia fundamental para fomentar la resiliencia del
suministro de alimentos de una ciudad”.
En una publicación reciente de la FAO se expresa que la agricultura
urbana “diversifica las cadenas de suministro de alimentos, mejora la calidad
de vida de los habitantes y brinda múltiples beneficios para el desarrollo
urbano sostenible” y que “a menudo, se practica de manera informal, o en
algunos contextos ilegalmente, por lo general no hay estadísticas oficiales sobre
agricultura urbana y periurbana, o las personas directa o indirectamente
involucradas”. También se señala en esa publicación de 2022 que “a pesar de
esta información limitada, en muchas ciudades y regiones la creciente
investigación y la conciencia de la variedad de prácticas de cultivo de
alimentos está trayendo a la luz las importantes contribuciones realizadas por
la agricultura urbana y periurbana, más aún durante la pandemia de COVID-19”.
El desarrollo de modelos adecuados de agricultura urbana podría
generar beneficios desde el punto de vista ambiental, económico, y social;
mitigando el impacto ambiental negativo causado por el transporte de alimentos
a lo largo de grandes distancias entre los centros de producción y consumo,
minimizando las emisiones contaminantes y la siniestralidad vial asociadas al
transporte carretero de cargas, generando oportunidades de desarrollo local a
través de la producción de cercanía pero también de la promoción de alimentos
de calidad y alto valor agregado para la exportación, generando empleos,
favoreciendo la educación ambiental y generando cinturones verdes periurbanos
que actúan como fuelle entre las áreas urbanas y las rurales.
Es necesario alertar acerca de los riesgos de asociar erróneamente a
la agricultura urbana y periurbana únicamente con modelos de mera subsistencia
y escaso desarrollo tecnológico, limitados a la agricultura familiar o
comunitaria en pequeñas huertas. Por el contrario, es posible concebir diversas
escalas y modos de producción que combinen alta incorporación de adelantos
tecnológicos, buenas prácticas ambientales y esquemas de gerenciamiento que
favorezcan la mejora de la eficiencia y de la competitividad, permitiendo la
generación de empresas que brinden oportunidades de empleos calificados y bien
remunerados.
Es obvio, por otro lado, que la agricultura urbana y periurbana no es
lo mismo que la que se desarrolla en áreas rurales de gran extensión. Además,
está claro que las exigencias ambientales y la mixtura de usos propias de las ciudades y sus áreas
circundantes exigen otro tipo de normas y controles, mucho más estrictos y
restrictivos.
De todos modos, como en todo el mundo, también en la Argentina la
agricultura urbana y periurbana constituye una oportunidad de desarrollo
sostenible que no deberíamos ignorar.-
Publicado en el diario La Calle el día 26 de Marzo de 2022.-
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