Por José Antonio Artusi
Se cumplieron el 2 de Julio 166
años de la fundación de la Colonia San José por parte de Justo José de Urquiza,
quien designó a Alejo Peyret como su administrador. Como Villa Urquiza en la
costa del Paraná, Esperanza en Santa Fe o Chivilcoy en Buenos Aires, San José
es tanto un símbolo de la Argentina que fue como de la que pudimos tener y no
tuvimos. La de inmigrantes que encontraron en estas tierras una oportunidad de
prosperidad y movilidad social ascendente, y que se integraron armoniosa y
pacíficamente con criollos y entre sí, sin conflictos étnicos ni religiosos.
Pero también de la Argentina que en algún momento ya no fue tan atractiva, que
dejó de recibir inmigrantes, y que incluso en este momento ve con dolor el
fenómeno opuesto, el de los descendientes de esos inmigrantes que buscan
mejores horizontes fuera de nuestras fronteras.
Respondiendo a la generosa
convocatoria del preámbulo de nuestra Constitución Nacional, muchos de nuestros
abuelos, bisabuelos o tatarabuelos vinieron y encontraron aquí libertad,
igualdad, y educación pública gratuita y laica. Pero además tuvieron acceso a abundante
tierra barata y por ende salarios altos. Cuando se acabó la tierra barata y
primó la especulación, con el proceso de urbanización y expansión de la
frontera agrícola, los inmigrantes dejaron de venir e incluso muchos se
volvieron a Europa. Pero pudo haber sido de otra forma. Ahí estuvo la gran asignatura
pendiente de la generación del 80. Lo explica magistralmente el profesor
Eduardo Conesa en su libro “Economía Política Argentina”, bajo el título “La
omisión de un impuesto liberal a la tierra libre de mejoras”:
“Después de tantos elogios que
hemos brindado a la generación argentina de 1880 cabe hacer una importante
crítica. Ya en 1817 el gran economista clásico liberal inglés David Ricardo
había señalado que el mejor impuesto que el Estado debería establecer para
favorecer el progreso general de toda la nación tendría que ser “el impuesto al
valor venal de la tierra libre de mejoras”. Esto significaba valorizar cada
parcela de tierra individual como si estuviese pelada…, pero, por supuesto,
computando el mayor valor de la tierra proveniente de los mismos ferrocarriles,
los caminos de acceso, y las cercanías a ciudades o puertos, etc… todos ellos
factores externos al predio de que se trate pero que, evidentemente,
aumentarían considerablemente su valor. La Argentina en 1880 tenía un inmenso
territorio despoblado donde cada parcela de tierra tenía un valor casi nulo
porque esa tierra era demasiado abundante, inaccesible y hasta peligrosa… Pero
con la construcción de ferrocarriles y puertos, la tierra pasó de valer un
centavo por legua cuadrada a centuplicar y a multiplicar por millones su valor…
Cuando a partir de 1900 comenzaron a llegar crecientes cantidades de
inmigrantes deseosos de trabajar la tierra, se encontraron con que ya era cara
y sólo podían arrendarla. Ello trajo un resentimiento inútil y lamentable en la
sociedad argentina que se materializó, por ejemplo, en el conocido Grito de
Alcorta de 1912. Cuarenta años después, ese resentimiento lo capitalizó Perón.
Pero este presidente fue incapaz de seguir las ideas de David Ricardo y
propiciar un impuesto a la tierra libre de mejoras en todo el país para obligar
a los propietarios a trabajarla para poder pagar el impuesto, o, de lo
contrario venderla barata a quien la supiera trabajar, y así inducir aumentos
en la productividad y al mismo tiempo fomentar la formación de una democracia
de millones de pequeños propietarios”.
Y en términos más generales,
Henry George había descripto antes el mismo proceso general, que se dio no sólo
en Argentina, en su obra cumbre, “Progreso y Miseria”:
“Donde los valores de la tierra
son bajos, salarios e interés son altos, aunque relativamente la producción de
riqueza sea pequeña. Vemos esto en los países nuevos… La diferencia no es
debida a la naturaleza, sino a que la tierra es más barata. En consecuencia, la
renta toma una menor porción… No se requiere una sutil teoría para explicar por
qué los salarios son tan altos relativamente a la producción en los países
nuevos donde la tierra todavía no está monopolizada. La causa salta a la
superficie. Nadie trabajará para otro por menos de lo que pueda ganar
empleándose a sí mismo… Es sólo cuando la tierra llega a ser monopolizada, y
estas oportunidades naturales están cerradas, que los trabajadores se ven
obligados a competir entre ellos por trabajo”. Cabe consignar que todas estas
consideraciones hechas a propósito del suelo rural, son también válidas para el
suelo urbano.
Nunca dejemos de reivindicar y de
enorgullecernos de lo que la República Argentina hizo con la inmigración. Gloria
y loor a Urquiza, Sarmiento, Peyret y tantos otros! Pero el mejor homenaje
consistirá en volver a ser un país atractivo para inmigrantes. Tenemos un
enorme territorio en general muy poco denso, con enormes posibilidades de
desarrollo. Con una buena reforma tributaria se puede lograr. Manos a la obra…
Publicado en el diario La Calle
el día 16 de Julio de 2023.-
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