La historia argentina del siglo
XIX está marcada por una serie de conflictos y tensiones políticas que a menudo
se han interpretado como el choque entre unitarios y federales. Sin embargo,
una mirada más profunda, más estructural, nos podría revelar que la verdadera
contradicción fundamental subyacente en esa época consistiría en la dicotomía
entre "Civilización y Barbarie", tal como lo tituló Sarmiento. En
este contexto, Bernardino Rivadavia y Justo José de Urquiza, dos figuras clave
de la historia argentina, emergen como figuras que, a pesar de sus diferencias
políticas aparentes, superficiales, compartieron en lo relevante una visión
común para construir una Argentina moderna y progresista bajo el amparo de una
Constitución republicana y liberal.
Para comprender las similitudes
entre Rivadavia y Urquiza es esencial situar sus acciones en el contexto
histórico de la Argentina del siglo XIX. La nación estaba dividida en facciones
políticas enfrentadas, pero el conflicto central no estaba dado entre unitarios
y federales, sino que podríamos centrarlo en el desafío de construir la
"Civilización" en un territorio caracterizado por la
"Barbarie". La civilización representaba la idea de un Estado
organizado, con instituciones democráticas, promoción de la educación pública y
el establecimiento de una economía capitalista moderna que dejara atrás las bases
coloniales del monopolio y el proteccionismo, mientras que la barbarie se
asociaba con el caos, el desorden, el latifundio y el atraso, propio de
estructuras feudales que han sido a menudo confundidas con las genuinas
banderas del federalismo. Rosas y Quiroga, federales impostores, encarnan la
barbarie de la reacción caudillista, autoritaria e integrista frente a la
dimensión liberal y progresista de la Revolución de Mayo. Artigas y Ramírez,
con sus sombras y sus luces, más allá de sus errores representan a su vez el genuino
federalismo popular y republicano.
En 1826 Rivadavia impulsó la sanción
de una Constitución nacional que buscaba establecer un gobierno representativo
y republicano pero centralizado, “en unidad de régimen”; aunque otorgaba a las
provincias sus propias facultades y cierta autonomía, por lo que cabría
calificarla como híbrida, y no unitaria pura. Aunque su propuesta fue rechazada
y su presidencia breve, Rivadavia compartía una visión clara de la Argentina
como una nación que anhelara el progreso y la superación.
Por otro lado, Urquiza desempeñó
un papel fundamental en la sanción de la Constitución nacional de 1853, que aún
rige en la actualidad, más allá de sucesivas reformas, que en poco la
mejoraron. Con raíces federales, Urquiza fue un líder pragmático y de gran
visión estratégica - virtudes que le faltaron al idealista Rivadavia - que
entendió la necesidad de una nación unida, organizada e integrada, hacia
adentro y hacia el mundo. La Constitución de 1853 reflejó este equilibrio al
establecer un sistema federal con un gobierno central fuerte y garantizar
derechos individuales y amplias libertades civiles y políticas. Urquiza
compartía con Rivadavia la visión de promover la educación pública, el
laicismo, la inmigración, la colonización, la agricultura, la industria y el
libre comercio, todo bajo el imperio de la ley y las instituciones constitucionales
de la República.
Nicanor Molinas Leiva dirá, a
propósito de las coincidencias fundamentales entre ambos textos
constitucionales, que “todo lo que nuestra Constitución ha innovado sobre
modelo americano hay que ir a buscarlo en esa Constitución de 1826. Todo lo que se refiere a declaraciones,
derechos y garantías, a los derechos individuales y a los derechos colectivos,
a los derechos civiles y a los derechos políticos, a las garantías
constitucionales que los protegen, todo lo que se refiere a las relaciones del
Legislativo y del Ejecutivo,…, todo está tomado, copiado o calcado de esa
ajusticiada Constitución rivadaviana de 1826.”
La enfiteusis rivadaviana, tan
poco comprendida, a la que nos hemos referido en “La vigencia del programa
económica de Rivadavia”, perseguía en parte el mismo fin que la política de
colonización que impulsó, en medio de grandes dificultades, Justo José de
Urquiza; poner la tierra a disposición de aquellos que quieran trabajarla para
explotar los recursos naturales al servicio del progreso individual y social. Las colonias fundadas por Urquiza, el lema de
Alberdi “gobernar es poblar”, y el de Sarmiento “cien Chivilcoy” no surgen de
la nada. Tienen antecedentes en proyectos pioneros de Rivadavia que brindaban
amplios derechos a los inmigrantes. “A los extranjeros que se dediquen al
cultivo de los campos se les dará terreno suficiente y se los auxiliará para
sus primeros establecimientos rurales, y en el comercio de sus producciones”,
firmaba Rivadavia en 1812 como Secretario del Primer Triunvirato. Luego como
ministro de Martín Rodríguez y como Presidente impulsará su innovador y original
sistema de enfiteusis. Los resultados, lo sabemos, no estuvieron a la altura de
aquellas nobles aspiraciones, pero los fracasos y su abandono obedecen a otras
causas y no a los sabios principios que inspiraron la iniciativa; tienen otros
responsables, entre ellos Rosas, y Mitre, que llegó al dislate de calificar al
sistema de “comunista”.
A pesar de las aparentes
diferencias políticas entre el “unitario” Rivadavia y el “federal” Urquiza,
ambos compartieron una visión común para construir una Argentina moderna y progresista.
La clave interpretativa de su legado radica en comprender que la contradicción
fundamental en la Argentina del siglo XIX no estuvo en el conflicto entre
unitarios y federales, sino en el desafío de transformar un territorio marcado
por la anarquía y el caudillismo en una nación organizada y próspera, integrada
al mundo, donde imperen la libertad y la igualdad.-
Publicado en el diario La Calle
el día 17 de Septiembre de 2023.-
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