Por José Antonio Artusi
Muchos de los jóvenes que van a
ir a votar por primera vez en una elección general el 22 de Octubre próximo, e
incluso muchos que ya han votado varias veces no habían nacido en 1983. A
ellos, sobre todo, van dirigidas estas líneas.
En 1983 veníamos de la trágica
noche de la dictadura militar que había empezado en 1976, que había llevado a
una escala monstruosa y jamás vista el terrorismo de Estado y las violaciones
sistemáticas a los derechos humanos. Terrorismo de Estado que – vale la pena
recordarlo – había empezado antes de 1976, durante un gobierno surgido de la
voluntad popular. Veníamos también de sufrir la violencia y el terrorismo de
organizaciones armadas que se habían alzado en armas contra ese mismo gobierno
surgido de la voluntad popular, al que – al menos algunas de esas
organizaciones – habían ayudado a llegar al poder. Veníamos también de la
locura irresponsable de Malvinas, que condenó a una muerte absurda a jóvenes
argentinos y dejó al país más lejos que nunca del objetivo de recuperar las
islas. La dictadura dejaba un país con dolorosas heridas abiertas, con una
enorme deuda externa, una economía en crisis y una sociedad con preocupantes
signos de marginación social. El aislamiento internacional y el desprestigio de
nuestro país completaban un panorama que no dejaba demasiadas razones para el
optimismo.
El desafío era enorme, en todos los
aspectos. Pero el principal era cortar un ciclo pendular de gobiernos de facto
cada vez más brutales y represores y gobiernos constitucionales cada vez más
débiles y condicionados. El reto era generar condiciones para recuperar la
“democracia para siempre”, podría sintetizarse. Raúl Alfonsín, el candidato
presidencial de la UCR, lo comprendió claramente, y encarnó un liderazgo que
supo interpretar las demandas más profundas de la sociedad argentina en ese
momento. El 10 de Diciembre, Alfonsín proclamó que “tenemos una meta: la vida,
la justica y la libertad”, y enfatizó que “tenemos un método para conseguirlo:
la democracia”.
El primer paso para consolidar la
democracia consistía en terminar con la impunidad y fortalecer el Estado de
Derecho. Por eso Alfonsín denunció el pacto militar sindical y se comprometió a
no convalidar la “ley” de autoamnistía que la dictadura dejaba como un pesado
condicionante. Recordemos también que el candidato del PJ, Italo Luder, se
había manifestado en el sentido de aceptar esa norma, sancionada obviamente sin
el concurso del Congreso de la Nación. Y por eso una de las primeras medidas
del nuevo gobierno consistió en un par de decretos por los que se disponía la
acusación contra los integrantes de las juntas militares y las cúpulas de las
organizaciones guerrilleras. Y por eso se creó la CONADEP, para investigar el
horror de la desaparición de personas. Y por eso hubo juicios, y condenas. Es
verdad que hubo también luego leyes de obediencia debida y punto final,
justificadas por algunos y rechazadas por otros, y es verdad también que hubo posteriormente
indultos a los condenados dispuestos por el Presidente Menem.
Pero en todo ese devenir
histórico, más allá de los errores y aciertos puntuales de cada uno, lo
importante es que el método se había enraizado. La democracia y sus procedimientos
son hoy una realidad concreta en la República Argentina. Tenemos problemas
gravísimos en el orden económico y social, pero no es menos cierto que nuestras
instituciones políticas funcionan. Un hito relevante en ese sentido fue la
reforma constitucional de 1994, en la que por vez primera tuvimos una
constitución aceptada y legítimada de manera expresa por el conjunto de fuerzas
políticas con representación parlamentaria. Nuestras instituciones republicanas
podrían funcionar mucho mejor? Por supuesto. Podríamos votar con sistemas
superadores al actual como la boleta única de papel, siguiendo la experiencia
de Santa Fe, por ejemplo; podríamos mejorar la transparencia y la eficiencia
del Estado en todos sus poderes y niveles; pero aún así, y sobre todo si
miramos el horror de hace 40 años, podemos decir sin temor a equivocarnos que
en el campo institucional podemos ver el vaso medio lleno.
Donde el vaso está medio vacío, y
cada vez más vacío, es en el campo económico y social. Lamentablemente, tenemos
una sociedad más empobrecida y desigual que hace 40 años. Las asignaturas
pendientes son enormes. La pobreza, la indigencia, el desempleo, la inflación
crónica, el estancamiento de la producción, el deterioro de la educación, la
crisis de la salud pública, el aumento de la inseguridad y las dificultades
para acceder a condiciones habitacionales adecuadas muestran cada vez más
indicadores negativos, y con tendencia a empeorar.
Por eso los desafíos del próximo
gobierno son gigantescos, casi una epopeya, que complemente aquella que encarnó
Alfonsín al generar las condiciones para recuperar la democracia política, que
necesita ahora, como se necesitan dos piernas para caminar, el complemento de
la democracia social, esa en la que se come, se cura y se educa, esa en la que
a la clásica tríada republicana de la libertad, la igualdad y la fraternidad se
le agrega la de la prosperidad.
No habrá democracia sólida ni
viable si se cristaliza y se naturaliza que haya más niños pobres que no
pobres. La democracia integral requiere ciudadanos responsables y
comprometidos, que no sólo voten cada dos años con más o menos bronca o
insatisfacción, sino que participen activamente en la cosa pública, como el
soberano educado que quería Sarmiento. Y para que eso sea posible se requiere
que todos tengamos garantizadas ciertas mínimas condiciones materiales de la
libertad, aquellas que permiten ejercer plenamente los derechos consagrados en
nuestra sabia Constitución nacional.-
Publicado el 8de Octubre de 2023.-
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