Por José Antonio Artusi
Hamas, otras organizaciones
terroristas yihadistas y el régimen iraní nos han declarado la guerra.
A los demócratas republicanos que
creemos que la única legitimidad de los gobiernos y de sus leyes surge de la
voluntad popular expresada libremente y no de supuestas escrituras sagradas
interpretadas por supuestos profetas y sus autodeclarados intérpretes, nos han
declarado la guerra.
A los que creemos que los judíos
tienen derecho a defenderse, que el Estado de Israel – única democracia liberal
de Medio Oriente - tiene derecho a existir y a proteger su territorio y sus
ciudadanos, nos han declarado la guerra.
A los que creemos en la
inescindible universalidad de los derechos humanos, más allá de particularismos
culturales, étnicos y religiosos, nos han declarado la guerra.
A los que creemos que las mujeres
y los homosexuales (y cuanta identidad de género se les ocurra) tienen los
mismos derechos que los hombres a autopercibirse como se les cante, a mostrar
su pelo como quieran, a estudiar, a trabajar, a escuchar la música que les
guste, a tomar la bebida que les plazca y acostarse con quien se les antoje
mientras no perjudiquen a los demás, nos han declarado la guerra.
No es de ahora (los argentinos en
especial deberíamos saberlo bien), pero la barbarie de la brutal agresión
terrorista a personas indefensas del fin de semana pasado - entre los que había
compatriotas nuestros - lo ha dejado en evidencia, lo ha mostrado sin vueltas,
lo ha expuesto a la luz del sol.
El ataque no es sólo contra Israel.
Imaginemos por un segundo que pasaría si Hamas y Hezbollá cumplen al pie de la
letra lo que ellos mismos vienen diciendo que van a hacer desde hace décadas y
borran al Estado de Israel de la faz de la Tierra. Tratemos de visualizar que
sucedería si ISIS se hace del control de un vasto territorio y crea un califato
en el que no regiría el Estado de derecho sino la sharía, la ley islámica. Pensemos
en un escenario en el que el régimen iraní (llamarlo “república” es una burla
cruel) consigue tener un arsenal nuclear. No tenemos derecho a ser tan ingenuos
como para creer que se detendrían allí. Que existan diferencias ideológicas,
religiosas, políticas y estratégicas entre esas organizaciones terroristas y
que a veces se masacren entre sí no oculta sus coincidencias fundamentales. No
creen en la democracia republicana, no creen en la libertad ni en la universalidad
de los derechos humanos. Los une el antisemitismo y el desprecio a los valores
de la modernidad occidental. Son reaccionarios, fundamentalistas, misóginos, totalitarios,
integristas, mesiánicos y terroristas. Y a menudo exhiben con franqueza su
ideología y sus macabros principios y objetivos. Si de algo no se podrá
acusarlos es de que no nos avisaron.
Las principales víctimas de esos
gobiernos son sus propios pueblos. Los palestinos que viven bajo un régimen
opresivo y sanguinario, que no vacila en usar a su propia población civil, a
menudo niños, como escudo de sus acciones bélicas. Los iraníes en el exilio que
debieron abandonar su tierra para preservar su vida. Las mujeres iraníes que
luchan para ejercer un derecho tan básico como poder exhibir su cabello, entre
tantos otros conculcados. Los homosexuales que son colgados de grúas por los
talibanes por el sólo hecho de serlo. Las niñas afganas que son privadas del
derecho a la educación. Los niños palestinos que son adoctrinados en una
ideología de odio y muerte. La enumeración podría ser larguísima.
Por eso es indispensable refutar permanentemente
las falacias y mentiras que se esgrimen y esgrimirán para relativizar y
justificar la barbarie y para demonizar al Estado de Israel en el conflicto que
inevitablemente tendrá lugar. Las esforzadas piruetas y contorsiones
argumentales de cierta izquierda ya no causan estupor, nos han acostumbrado,
pero sí bronca e indignación. Entre boba y cómplice, esa “izquierda” cada vez
más fascista se parece a gatitos mimosos de los ayatolas, que obviamente no
vacilarían un segundo en mandarlos a degollar si osaran plantear sus consignas
“progre” en sus dominios. No debemos dejar de exhibir la insuperable
incoherencia de quienes pretenden defender y justificar a Hamas desde
perspectivas internacionalistas, laicistas y feministas. Y no debemos cesar en
nuestra condena y repudio a la barbarie terrorista.
Es absolutamente válido criticar
políticas específicas del gobierno israelí, y de hecho sus ciudadanos ejercen
plenamente ese derecho, pero esa crítica no puede transformarse en un
cuestionamiento a la legitimidad del Estado de Israel ni en pretender que su
población no pueda defenderse. Mucho menos puede significar apoyar a sus
agresores, que además hacen una utilización perversa de las legítimas
aspiraciones del pueblo palestino y una malversación siniestra del Islam, una
religión tan respetable como cualquier otra si se la limita al ámbito reservado
a las religiones en las sociedades pluralistas y tolerantes.
El pueblo y el Estado de Israel
merecen el apoyo y la solidaridad de todos los demócratas del mundo. No están
solos. Pero en la guerra que se está librando en estos momentos, sí, están
solos.
En otros tiempos era una
costumbre generalizada poner canarios en las minas de carbón para detectar
rápidamente cuando comienza a faltar el oxígeno, ya que en ese caso estas aves
mueren antes de que los mineros puedan darse cuenta por sus propios sentidos. Es por eso que se ha recurrido a la metáfora
de los judíos como los canarios de Occidente. Cuando judíos inocentes caen es
una señal inequívoca de que comienza a escasear el oxígeno de la libertad y de
la paz, no sólo para ellos.
Israel prevalecerá. Y le
deberemos eterna gratitud y reconocimiento por ello. Lamentablemente, no será
sin dolor, sangre, sudor y lágrimas.-
Publicado en el diario La Calle el día 15 de Octubre de 2023.-
Ilustración: Elías Wengiel
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