Por José Antonio Artusi
Se cumplieron el 4 de Abril 79 años de la “Declaración de Avellaneda”,
documento político emitido por el Movimiento de Intransigencia y Renovación de
la Unión Cívica Radical en la localidad bonaerense que le da su nombre. La
comisión redactora estuvo integrada por Gabriel del Mazo, Arturo Frondizi,
Moisés Lebensohn y Antonio Sobral. Entre los firmantes aparecen figuras
relevantes del radicalismo como el entrerriano Bernardino Horne, Crisólogo
Larralde, y Ricardo Balbín.
Acusada a menudo de socializante, reivindicada por algunos entonces y
ahora, y a la vez criticada por propios y extraños en diversos momentos
históricos, podría especularse que una adecuada interpretación de tan relevante
documento es aún una asignatura pendiente.
Es frecuente observar en quienes, desde adentro o afuera, reclaman la
necesidad de que el radicalismo vuelva a sus fuentes liberales, generalmente
referenciadas en las ideas de Alem y Alvear, una crítica acerba del contenido
de la Declaración de Avellaneda, visualizándola como una suerte de desviación
del cuerpo doctrinario original de la UCR. Estas líneas pretenden ser una
invitación a mirar críticamente tal visión, y apuntan a concluir que, en
realidad, la Declaración de Avellaneda no fue más que una actualización de la
vieja identidad radical, adecuada a las exigencias del mundo de mediados del
siglo XX, y más aún, que conserva en buena medida plena vigencia.
Suele contraponerse el término “social demócrata” al término “liberal”.
Sostengo que es una concepción limitada y que conduce a equívocos. La
Declaración de Avellaneda marcó el rumbo que debía asumir un partido liberal, y
a la vez social demócrata, y no incurrió en ninguna contradicción.
Veamos concretamente algunos de sus contenidos y analícémoslos en
profundidad.
“En lo político, afirmamos el régimen republicano, representativo,
federal y parlamentario, fundado en el voto secreto, universal y obligatorio,
con exclusión de toda forma corporativa que intente sustituir la voluntad
nacional que reside en el pueblo. Pero para que este sistema político alcance
todas sus posibilidades de desarrollo, debe alentarse el renacimiento de la
vida municipal, ya que el municipio está en la base de toda estructura
democrática”. Liberalismo puro y duro, en la línea de la sabia Constitución
Nacional de 1853. La reforma de 1994 y la enorme mayoría de las constituciones
provinciales recogieron luego el principio de la autonomía municipal.
“La tierra será para los que la trabajen, individual o cooperativamente,
es decir, dejará de ser un medio de renta y especulación para transformarse en
un instrumento de trabajo y de beneficio nacional y la producción agraria será
defendida de la acción de los monopolios y de los acaparadores”. Es este
párrafo seguramente uno de los que dio lugar a mayor cantidad de malos
entendidos. No se trata de una reforma agraria colectivizante lo que se
propone, sino todo lo contrario, de poner la tierra al alcance de quienes
quieran trabajarla en condiciones de libre competencia, de ahí la necesidad de
la lucha contra los monopolios. Y la forma de lograrlo está estipulada a
continuación en otro párrafo, cuando se propone una “reforma financiera que
libere al trabajo de las gabelas que lo agobian y haga recaer el impuesto en
forma progresiva sobre las rentas no ganadas con la labor personal restituyendo
a las provincias las atribuciones económicas y financieras que le corresponden
dentro de nuestro sistema federal de gobierno”. Cuando se habla de las “rentas
no ganadas” es imposible no escuchar el eco de las ideas de economistas
liberales clásicos como Adam Smith o John Stuart Mill, que abogaban por gravar
las rentas del suelo, por diversas razones de eficiencia y equidad, y que
llevaron luego a un insospechado de comunismo como Milton Friedman a aseverar
que la vieja idea de Henry George, el impuesto a la tierra libre de mejoras,
era el menos malo de los impuestos.
“Nacionalización de todas las fuentes de energía natural”. He aquí otro
enunciado que ha sido mal interpretado. Nacionalizar los hidrocarburos, como
querían Yrigoyen y Mosconi, no es otra cosa que lo que hizo Arturo Frondizi
siendo presidente, haciendo realidad uno de los postulados de la Declaración de
Avellaneda. Y no se trató de ninguna medida de tinte comunista. Se trató
simplemente de asegurar que los bienes creados por la naturaleza sean del
dominio de la Nación, más allá de que luego su explotación pueda ser llevada
adelante por empresas estatales o privadas, tal como lúcidamente lo entendió el
Presidente Frondizi, sin desviarse un ápice de la ortodoxia doctrinaria del
radicalismo hasta ese momento. Es sabido que lamentablemente luego en 1994 ni
el radicalismo ni el peronismo sostuvieron la tesis nacionalista y quedó
consagrada una seudo provincialización de funestas consecuencias, todavía no
suficientemente advertidas.
“A todas las actividades económicas que no estén comprendidas en ese
proceso de nacionalización debe asegurárseles una amplia libertad económica,
sin trabas artificiales creadas por los poderes públicos, por la especulación o
por las grandes concentraciones de capitales. En tal forma se concilian los
intereses de la Nación, que es la que debe orientar nuestro desarrollo
material, con el principio de la libertad económica, que dentro de un plan para
el progreso social argentino, tiene una función creadora que desempeñar
mediante la iniciativa privada”. Liberalismo del bueno, alejado de visiones
reduccionistas, ingenuas o fundamentalistas.
“La concepción integral que tiene la Unión Cívica Radical sobre los
problemas argentinos, hace que no se reconozca sentido ni trascendencia a
ninguna política económica, social, cultural e internacional, si no es sobre la
base de la intangibilidad de las libertades individuales…”. O sea, el
liberalismo económico no puede sino ir de la mano del liberalismo político,
social y cultural.
A 79 años de su proclamación, la Declaración de Avellaneda nos sigue alentando
a debatir en serio, con pensamiento crítico y sin prejuicios ni
simplificaciones inconducentes.-
Publicado en el diario La Calle el día 7 de Abril de 2024.-
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