Por José Antonio Artusi
Jacques Claude Marie Vincent de Gournay nació en Saint Malo, Francia, el
28 de mayo de 1712 y murió en Cádiz, España, el 27 de junio de 1758.
Se dedicó con éxito a actividades comerciales en Cádiz y luego el rey de
Francia Luis XV lo designó superintendente mercantil, cargo que ejerció entre
1751 y 1758. Considerado uno de los precursores del liberalismo económico,
combatió el mercantilismo e influyó en los economistas fisiócratas,
especialmente Jacques Turgot, que escribió “Elogio de Gournay” valorando sus
aportes.
Se lo recuerda a Gournay como el autor o el divulgador de la célebre
consigna “laissez faire, laissez passer”, o sea, “dejen hacer, dejen
pasar”; una síntesis que resultaría fundamental en la historia del pensamiento
económico. En sólo cuatro palabras se resumió la idea que propugnaba eliminar
las restricciones feudales y corporativas al trabajo y a la inversión, y favorecer
el libre intercambio entre las naciones. Se le ha atribuido también la
invención del término “burocracia”.
En el turbulento siglo XVIII francés, marcado por el mercantilismo y las
rígidas regulaciones estatales, Gournay no solo desafió el statu quo económico
de su época, sino que influyó en movimientos que trascendieron fronteras y
siglos. Gournay abogó por un sistema donde el comercio fluyera libremente, sin
las cadenas de impuestos arbitrarios ni monopolios reales. Sus ideas influyeron
en los fisiócratas franceses, los liberales británicos y, más tarde, en el
economista estadounidense Henry George.
Gournay provenía de una familia de comerciantes. A los 17 años, se mudó
a Cádiz, España, donde pasó 15 años inmerso en el mundo del comercio
internacional. Esta experiencia práctica le permitió observar de primera mano
los perjuicios de las barreras arancelarias y las regulaciones mercantilistas
que favorecían a unos pocos en detrimento del bienestar general. De regreso en
Francia en 1744, ingresó al servicio público de la mano del ministro Jacques
Necker, y promovió reformas liberales. Viajó por las provincias francesas
inspeccionando industrias y abogando por la eliminación de restricciones al
comercio interior y exterior. Su muerte prematura en 1759, a los 47 años, no
impidió que sus ideas se propagaran, gracias a seguidores como Turgot y Quesnay.
Uno de los aportes más significativos de Gournay al liberalismo
económico fue su ferviente defensa del libre comercio. En una era dominada por
el mercantilismo –que priorizaba la acumulación de metales preciosos–, Gournay
argumentaba que el Estado debía abstenerse de interferir en las transacciones
económicas. Criticaba las guildas y monopolios que sofocaban la innovación y la
creatividad, afectando la productividad y perjudicando en última instancia a la
sociedad en su conjunto.
Esta visión no solo promovía el intercambio internacional sin aranceles
punitivos, sino que enfatizaba cómo el libre flujo de bienes beneficiaría a
productores y consumidores por igual, fomentando el crecimiento económico sin
necesidad de subsidios estatales.
Una idea complementaria desarrollada más plenamente por sus sucesores
fue la de una tributación justa y eficiente. Los fisiócratas veían la tierra
como la fuente última de riqueza, particularmente en una sociedad agraria como
la francesa. Argumentaban que impuestos sobre el trabajo o el capital
desincentivaban la producción y la innovación. En cambio, proponían un
"impôt unique" o sea impuesto único sobre la renta neta de la tierra
–el excedente generado por la fertilidad y ubicación del suelo, no por mejoras
humanas–. Esta renta, según ellos, era un valor creado por la sociedad en su
conjunto, no por el esfuerzo individual del propietario. Al gravar solo este
aspecto, se liberaría el trabajo y el capital de cargas fiscales, permitiendo
un mayor dinamismo económico. Aunque Gournay no formalizó esta teoría en un
tratado exhaustivo, sus discusiones con Quesnay y Turgot pudieron haber servido
para sentar las bases para que los fisiócratas la adoptaran como idea central.
Esta aproximación no solo buscaba eficiencia fiscal, sino equidad: los
terratenientes ociosos pagarían más, mientras que los trabajadores y
emprendedores prosperarían sin penalizaciones.
La influencia de Gournay en los fisiócratas franceses fue profunda y
directa. Sin embargo, Turgot y Gournay no suscribieron todas las
excentricidades fisiócratas, como la exclusividad agrícola, prefiriendo un
enfoque más amplio que valorara también el comercio y la industria.
Más allá de Francia, las ideas de Gournay cruzaron el Canal de la
Mancha, influyendo en los liberales británicos. Aunque no interactuó
directamente con Adam Smith, su defensa del libre comercio puede advertirse en
"La Riqueza de las Naciones" (1776).
Finalmente, el legado de Gournay se proyectó al siglo XIX a través de
Henry George, el economista estadounidense cuya filosofía revivió el impuesto
único sobre el valor de la tierra libre de mejoras, dejando sin gravar todo
tipo de construcciones y mejoras. George, en su obra "Progreso y miseria”
(1879), argumentaba que la pobreza persistía pese al progreso porque los
propietarios acaparaban la renta territorial no ganada por su propio esfuerzo.
Influenciado por los fisiócratas, a quienes dedicó tributos explícitos, George
adaptó el "impôt unique" al contexto industrial y urbano, proponiendo
un impuesto sobre el valor del suelo libre de mejoras para financiar el gasto
público y poder de esa manera eliminar otros gravámenes, idealmente todo otro
tributo. Esto liberaría el trabajo y el capital, alineándose con el
laissez-faire de Gournay. Aunque George llegó a conclusiones similares
independientemente, admitió la afinidad con los fisiócratas en temas de
libertad económica y equidad fiscal. No en vano le dedicó su libro
“Proteccionismo o libre comercio” “a la memoria de aquellos ilustres
franceses – Quesnay, Turgot, Mirabeau, Condorcet, Dupont y sus compañeros, que
en la noche del despotismo previeron las glorias del día venidero”. Entre
esos compañeros estaba obviamente Gournay, aunque era menos conocido ya que
publicó muy poco. En la mencionada obra Henry George caracteriza a los
fisiócratas como una “escuela de hombres eminentes encabezados por Quesnay,
quienes fueron los predecesores de Adam Smith y, en muchos aspectos, sus
maestros. Estos economistas franceses eran lo que ni Smith ni ningún economista
o estadista británico posterior han sido: verdaderos librecambistas. Querían
eliminar no solo los derechos proteccionistas, sino todos los impuestos,
directos e indirectos, salvo un solo impuesto sobre el valor de la tierra”,
a la vez que califica a dicha idea como la “conclusión lógica de los
principios del libre comercio”.
El movimiento georgista influyó posteriormente en reformas impositivas en
algunas ciudades de Estados Unidos y otros países, demostrando cómo las ideas
sobre tributación territorial derivadas del concepto del impuesto único podían
servir para combatir desigualdades y promover la eficiencia y el desarrollo.
Vincent de Gournay fue un catalizador del liberalismo cuya insistencia
en el libre comercio y una tributación justa y eficiente transformó el
pensamiento económico. De los fisiócratas franceses a los liberales británicos
y más tarde a Henry George, su visión de un "orden natural" económico
–libre de interferencias opresivas– anticipó debates actuales sobre
globalización, desarrollo y sostenibilidad. En un mundo aún plagado por guerras
comerciales, absurdas barreras proteccionistas, y desigualdades territoriales y
sociales, las lecciones de Gournay siguen invitando a reflexionar. Su legado
perdura, recordándonos que la verdadera riqueza y el progreso surgen de la combinación
virtuosa de libertad e igualdad.
Publicado en el diario La Calle el 19 de octubre de 2025.
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