Por César Emilio Wehbe
Podríamos decir que su bautismo militante fueron los garrotazos policiales recibidos cuando, como estudiante universitario, participaba en las protestas contra un gobierno militar de espíritu fascista, que lamentaba la derrota del Eje, implantaba la censura, disolvía los partidos y ponía el manejo de la educación pública en manos de la derecha confesional.
Eran los años 1943/44.
Preso en Devoto, junto con mi padre y otros correligionarios intransigentes, debió superar en la enfermería de la cárcel la conmoción cerebral producto del castigo recibido.
Tiempo después, también supo de una arbitraria cesantía –decreto presidencial mediante- cuando cumplía tareas profesionales en una institución de salud nacional.
Ya había elegido al radicalismo como el mejor cauce para su vocación política y, dentro de él, a la corriente inspirada por Amadeo Sabatini.
Desde un comienzo supo que ser radical era ser intransigente, en cuanto ello significa que las convicciones nunca se negocian ni se congelan por cálculo, principio rector que jamás le impidió ponderar y respetar el pensamiento ajeno y a sus exponentes, de cualquier signo político o filosófico que fueren.
Eran tiempos en que en el Chaco, mientras la flamante provincia estrenaba nuevo nombre, se ensayaba una constitución corporativa, de preceptos mussolinianos. En consecuencia, León fue inevitablemente un preso político habitual, encarcelado cada vez que reclamaba por los desbordes agresivos de aquel oficialismo y por las libertades mortificadas.
En esas luchas fue construyendo su personalidad política, que desde siempre estuvo marcada por un intenso nacionalismo, tan profundo como democrático, tan explícito como responsable, cultivado con el rigor y la pasión de los convencidos, pero siempre carente de toda estridencia demagógica.
Ese nacionalismo militante llegó a ser su principal rasgo distintivo tanto en sus mensajes al país y a la UCR como en su vida parlamentaria.
Cuando la crisis partidaria de 1956/57 se ubica junto a Balbín, Sabattini y Larralde, y comienza su descollante tránsito en la vida interna partidaria y en el escenario político argentino.
Constituyente del 14 bis, legislador nacional con mandatos a veces interrumpidos por golpes de estado, como miembro de la Mesa Directiva del Comité Nacional sostuvo y gestionó talentosamente las políticas radicales tendientes a recuperar la institucionalidad perdida, mediante las iniciativas que a su turno expresaron la Asamblea de la Civilidad, la Hora del Pueblo y finalmente la Multipartidaria, siempre sobre la base del reclamo conjunto y las acciones concretas de todos los actores políticos nacionales, por encima de viejas diferencias o desencuentros históricos.
Paralelamente, comenzaba a plasmar su sueño de un Parlamento Latinoamericano, que funcionara como un ámbito independiente para el planteo, análisis y debate de los comunes problemas de la región. Un ámbito receptor de las voces de los representantes directos de la voluntad popular, no la de los estados y sus delegados y donde, además de denunciarse las aberraciones de nuestras cíclicas dictaduras militares, se abordaran los más duros temas –deuda externa, derechos humanos, militarismo, dependencia económica, penetración cultural, narcotráfico, expoliación de riquezas naturales, entre otros- procurando el diseño de políticas globales para poder afrontarlos sobre la base de la unidad y la acción conjunta, revalorizando así la inserción de nuestro país en el mundo. Esto desvelaba a León quién, casi desde la nada, convocó y sumó el esfuerzo de diversas personalidades políticas de pueblos hermanos que valoraron inteligentemente la trascendencia del proyecto.
Decidida la constitución del Parlamento Latinoamericano, sus pares lo designaron primer presidente de la nueva institución, cargo que volvería a ocupar años después.
Pocas cosas demuestran con mayor nitidez la entrega de León a la causa nacional como su permanente batalla por Malvinas,casi personal. Desde un cuarto de siglo antes de 1982, no hubo escenario o foro parlamentario mundial al que debiera concurrir, donde no planteara nuestro reclamo y denunciara la soberbia colonial del ocupante, aún en la misma capital del ex imperio. Cualesquiera fueran los temas convocantes, siempre encontró el espacio para reiterar los derechos argentinos y la calidad de los títulos que los sustentan. Era una batalla solitaria y desigual, que él se imponía librar como un deber inexcusable, tratando de piratas a los ingleses en el mismísimo parlamento inglés.
Convocó a todos los argentinos al Luna Park (1982) al primer acto público y dio un mensaje de fe y esperanza para la construcción de una nueva nación. El 29 de mayo de ese mismo año (1982) junto con otros correligionarios creó el MAY (Movimiento de Afirmación Yrigoyenista) línea interna del radicalismo, que aún hoy continua con representación en todos los distritos electorales.
Luchó por la reforma universitaria, por el Beagle, por la estabilidad del empleado público; por el derecho a huelga; por el salario mínimo, vital y móvil. Acompañó la postulaciónde la igualdad total de la mujer en la sociedad argentina; luchó por la defensade los derechos del consumidor.
Con ese mismo temperamento defendió, dentro y fuera del partido, la causa del petróleo argentino, como un compromiso del radicalismo con su mejor historia; asimismo, combatió en los años ochenta una tentativa de desnacionalización parcial de Aerolíneas Argentinas, mientras expresaba con coraje su desacuerdo con el laudo papal sobre el Beagle y, ya en 1991, se oponía al acuerdo sobre la zona del Hielo Continental Patagónico. En 1984 dio forma a su proyecto de nuestra primera ley de Defensa del Consumidor, que logró sanción definitiva sólo 7 años mas tarde. También legisló, con otros senadores, sobre los Derechos del Aborigen, procurando que el respeto, la asistencia y el reconocimiento debidos a esos argentinos originarios, contaran con el marco legal que los contuviera y custodiara.
León creía tan convencidamente en la virtud de las instituciones republicanas, que toda acción política que las ofendiera, producto de abusos de poder o por interesada ignorancia, merecía su anatema y lo obligaba a la denuncia pública. Seguramente en ese marco se inscribe su posición contraria a la reforma del ’94, cuando el radicalismo hocicó ante la atropellada continuista, a cambio de determinadas compensaciones, más ilusorias que reales en la práctica, y que lo condujeron, castigo electoral mediante, a ocupar por primera vez en su historia el tercer lugar en una elección presidencial, en 1995.
No podemos dejar de preguntarnos qué hubiera sentido, años después, un León con salud en plenitud, ante la extraviada decisión de una Convención Nacional eligiendo a alguien no radical, flamante ex funcionario de los dos últimos oficialismos, como su candidato a presidente; o viendo a un gobernador radical integrando una fórmula presidencial ajena, o a un matrimonio repartiéndose la primera magistratura como un bien ganancial. El destino, al alto precio que conocemos, evitó someterlo a semejante prueba.
Hombre respetuoso de la disciplina partidaria, acató siempre las resoluciones válidas de los cuerpos directivos, aún cuando las hubiera cuestionado en los debates internos, pero como legislador nacional y siendo, como era, minoría dentro de un bloque minoritario, más de una vez votó en el recinto en disidencia con su propia bancada.
“Soy radical, pero antes soy argentino” solía decir, explicando que actuaba de acuerdo a lo que consideraba mas conveniente para el país.
Es que en defensa de sus convicciones, no medía costos personales, ni trepidaba en quemar sus naves cuantas veces lo creyera necesario.
Sabemos que León no encaró su actividad pública como el desarrollo de una clásica “carrera política”, que mide etapas y se fija metas, sino cumpliendo el compromiso autoimpuesto de servir a la patria desde la política. Todas las posiciones que alcanzó, sus pequeños o grandes logros, fueron fruto de su propio esfuerzo y perseverancia, nunca de concesiones de terceros con poder.
Característico de su personalidad fue mantener una relación respetuosa con el adversario político, obligándose a disimular agravios y olvidar pasadas persecuciones. Sin embargo, no deja de sorprender cómo un hombre tan combativo, veterano de ásperos encuentros, tan combatido también y hasta calumniado, no abrigara resentimientos hacia nadie, aunque su alma, a no dudarlo, soportaría el peso de muchas decepciones.
Es que León era dramáticamente serio respecto de su responsabilidad política. Nunca su mensaje estuvo bastardeado por la demagogia ni cayó en la tentación del tremendismo.
Debates, publicaciones, reportajes, documentos partidarios,conferencias en el país y el exterior lo certifican. Nunca su mensaje sacrificó su calidad radical ni su compromiso nacional. León ennobleció la tribuna popular tanto como prestigió la banca parlamentaria. Por eso sus admoniciones eran tan creíbles y respetadas por el hombre radical de la calle como desoídas fueron por el poder partidario.
Un ejemplo elegimos para mostrar a León en total autenticidad. En ocasión del debate de fines de 1993 sobre la ley de Reforma convenida en el pacto de Olivos, intervino en las sesiones desarrolladas entre septiembre y diciembre. Lo hizo en tres oportunidades, oponiéndose absolutamente, contrariando la posición de su bancada, privilegiando el interés nacional por sobre las estrategias partidarias. Sus exposiciones tuvieron una alta calidad parlamentaria, una solidez política irrefutable y, sobre todo, una densidad ética conmovedora. Documentado, incisivo, preocupado, fue un bisturí radical haciendo la disección del proyecto con una profundidad y prolijidad inesperada para muchos. León volvía a quemar sus naves, pero era su deber dejar testimonio y, aunque sabía que estaba librando una batalla perdida, bajó a la arena, una vez más, solo.
Ese era León:
El de la interminable pasión argentina.
El de la fe latinoamericana.
El que lloró a Allende y a Michelini.
El que se plantó frente a los dictadores sin más armas que su conducta cívica y su credibilidad política.
El que prefirió ser conciencia radical antes que fiscal de nadie.
El que nos deja después de un largo silencio, envuelto en otro silencio, culposo e inexplicable.
El que nació enYapeyú, como San Martín.
Ese era León.
Su divisa fue blanca y roja, pero su sudario es celeste y blanco.
Para quienes tuvimos la suerte de acompañar a León hasta el final de sus luchas y gozar de su amistad y utopías, sabemos cual es su legado y hemos decidido honrarlo.
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