Por José Antonio Artusi
Eduardo Irigoyen García, un militante colorado de Fray Bentos, publicó
hace pocos días en su cuenta de Facebook la imagen de un “pegotín” (sí,
estimado lector, en idioma oriental no se dice “sticker”, se dice “pegotín)
acompañado del siguiente texto: “"Yo quiero fronteras libres entre
pueblos hermanos". Esa fue la consigna de un encuentro de intendentes del
Litoral uruguayo-argentino convocado por Mario Carminatti al inicio de su
tercer período de gobierno. La actividad se realizó en la Sala de Convenciones
de Las Cañas. Este es el pegotín que se distribuyó, algo que creamos con el
artista plástico Fabián Mendoza (aunque el mérito le corresponde a él)”. Le
puse “me gusta” y comenté que “hay que renovar esa campaña”. Al día siguiente
tomé prestada esa imagen y expresé que deberíamos abogar por el libre tránsito
fronterizo y el libre comercio entre Argentina y Uruguay. Me permití reforzar
el texto transcribiendo las líneas finales de la genial “Milonga para los
orientales” de Jorge Luis Borges, esa que dice...
“…Milonga para que el tiempo
vaya borrando fronteras;
por algo tienen los mismos
colores las dos banderas”.
Y en una publicación similar en Instagram, que te permite agregar música,
opté por un breve fragmento de “A José Artigas”, esa hermosa vidalita de
Alfredo Zitarrosa que honra la memoria del prócer compartido.
Tuve la suerte de conocer a Mario Carminatti y pude dialogar, aunque más
no sea un par de oportunidades, con ese extraordinario dirigente del Partido Colorado,
el único en ejercer por tres períodos la intendencia de Río Negro. Y tenían
razón Carminatti y sus correligionarios en lo que planteaban en aquella imagen.
Las sociedades tienen una cierta tendencia a naturalizar algunas cosas, a
aceptar como inevitables o hasta legítimos ciertos estados de situación que en
realidad no resisten el menor análisis si se analizan en profundidad y con
racionalidad. Y hemos naturalizado, argentinos y uruguayos, que haya que hacer
larguísimas colas para cruzar por el Puente Artigas o por el Puente San Martín,
que tengamos que hacer inútiles trámites aduaneros y migratorios para ir a
visitar a algún amigo sanducero o a comer un chivito y tomar una pilsen en la
18 de julio. Y que no exista entre nuestros países libertad de comercio. Que
nuestros amigos orientales no puedan comprar de este lado y cruzar lo que se
les antoje. Lo hemos naturalizado, lo aceptamos, nadie se queja, o no lo hace
ostensiblemente, pero es absurdo; e inconveniente y perjudicial para los
ciudadanos de ambas márgenes del río Uruguay.
No existen justificaciones serias y fundadas del proteccionismo
comercial, más que en muy poquísimos casos excepcionales y sólo por tiempos extremadamente
limitados. Los más grandes economistas de todos los tiempos han destrozado con
argumentos irrebatibles sus falacias.
Ya en el siglo XVIII los fisiócratas franceses, como François Quesnay,
argumentaron a favor del libre comercio como vector para la prosperidad y el
progreso de los pueblos. Adam Smith reforzó la idea planteando que el libre
comercio lleva a que cada país se especialice en producir los bienes y
servicios en los que es más eficiente, aumentando de este modo la productividad
y reduciendo los costos en beneficio de los consumidores. Además, el libre
comercio es un poderoso estímulo a la vez que una garantía de la competencia, reforzando
de esta manera la accesibilidad a bienes y servicios de calidad. El gran pensador
escocés argumentó a su vez que el libre comercio entre las naciones promueve la
paz, la integración y la colaboración entre los países y las sociedades, desde
el momento en el que la mutua dependencia reduce la posibilidad de guerras y
conflictos. En sus propias palabras, “el comercio es un medio para promover
la paz y la cooperación entre naciones.”
Posteriormente David Ricardo, economista clásico inglés del siglo XIX,
demostró en su obra “De principios de economía política y tributación”, de
1817, que “bajo un sistema de comercio perfectamente libre, cada país
naturalmente dedica su capital y trabajo a aquellos empleos que son más
beneficiosos para cada uno. Esta búsqueda del beneficio individual está
admirablemente conectada con el bien universal de toda la comunidad”; y advirtió,
al condenar las leyes de cereales en su país, que el proteccionismo no sólo
perjudica a los consumidores al aumentar los precios, sino que también
obstaculiza el progreso económico general.
La influencia del pensamiento de David Ricardo puede observarse
claramente en la obra de economistas posteriores, como John Stuart Mill, quien
señaló que “el comercio es el gran instrumento de la paz, porque une a los
hombres en lazos de interés mutuo”. Un razonamiento similar puede
observarse en una frase usualmente atribuida a Frederic Bastiat, aunque no haya
podido comprobarse su autoría: “Cuando los bienes no cruzan las fronteras,
los soldados lo harán”.
Quizás la frase más contundente en contra del proteccionismo y a favor
del libre comercio haya sido la escrita por Henry George en su libro titulado precisamente
“¿Proteccionismo o libre comercio?”: “Lo que nos ha enseñado el
proteccionismo es a hacernos a nosotros mismos en tiempos de paz lo que
nuestros enemigos quieren hacernos en tiempos de guerra”.
Recordemos también que Juan B. Justo llegó a expresar que "las
aduanas alejan y aíslan a los pueblos", y que “la abolición del
proteccionismo aduanero sólo amenaza las ganancias espurias que a su sombra
realizan algunas empresas y la renta abusiva de tierras destinadas, gracias a
la aduana, a cultivos que económicamente debieran ser hechos en otros países”.
El líder socialista calificó al proteccionismo como "la peor forma de
nacionalismo", y señaló que se vuelve "contra los consumidores
del propio país, que son en su mayor parte trabajadores". Se preocupó
a su vez por distinguir "entre empresarios de industrias libres, de
industrias sanas, de industrias que se han desarrollado espontáneamente, y
empresarios incubados y cebados por la ley, mediante trabas aduaneras y
privilegios monopólicos". El propio Carlos Marx, por su parte, había definido
de manera brillante al proteccionismo como "un sistema artificial para
fabricar fabricantes".
Publicado en el diario La Calle el 25 de mayo de 2025.